lunes, 11 de febrero de 2008

Sobre "Voces de humo", libro de cuentos de Pablo Andrés Escapa

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Hubo un tiempo, no tan lejano, que fue el de los trenes, la edad del hierro y el carbón. Pero como tenemos una memoria enclenque, apenas ya nadie parece recordar sus orígenes, también lo hemos olvidado, como tantas otras cosas. Quizá por ello, para paliarlo, Pablo Andrés Escapa, Voces de humo (Páginas de Espuma, Madrid, 2007), convoque en sus narraciones diversas voces, con el fin de relatarnos impresiones y recuerdos sobre la llegada del ferrocarril, los efectos en los habitantes y el paisaje del Valle de Laciana.
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El conjunto, catorce piezas, se organizan como un ciclo de cuentos, en el que algunas tienen valor por sí mismas, mientras que otras necesitan de la totalidad para ser comprendidas en sus matices. Lo singular es que, en este caso, el colofón, otro paratexto, también añade sentido a los relatos, al subrayar su origen oral. Si los episodios transcurren a lo largo de un dilatado periodo del siglo XX, un narrador en tercera persona, cuyas historias parecen provenir de recuerdos (“Las palabras –leemos- recuperadas por el tiempo maduro, traen a los oídos más de lo que dicen”, p. 115), cede a veces la voz a la primera persona, mientras van desgranándose diversos motivos, tales como la explotación del carbón, la llegada del tren al Valle de Laciana, la emigración, los oficios e incluso la ilusa búsqueda de oro.



Puede afirmarse, por tanto, que estos cuentos tienen algo de crónica y mucho de elegía, aunque lo que importe, al fin y a la postre, sea la reelaboración a la que han sido sometidos para convertirse en literatura de la mejor especie. Y puesto que impera el tono lírico y la palabra expresiva, mientras que imágenes y metáforas se tornan protagonistas esenciales de los procedimientos utilizados en la narración, podemos emparentarlos con la poesía. Hasta tal punto es así que la precisión léxica y el ritmo del lenguaje adquieren una relevancia poco habitual en este tipo de relatos; y todo ello, sin que escasee el humor, como sucede en “Estación”, “Primera clase”, “Imprevistos” o en el arranque de “Ida y vuelta”. Pero, sin duda, los mayores aciertos surgen cuando se produce una mejor dosificación de lo lírico, acomodándolo a lo narrativo, al depurar los diversos elementos que integran la historia, tal y como ocurre en esa pieza antológica que es “Cielo distante”, sin que desmerezcan otras como “De los mares en calma”, “Pálida canción de cuna”, “Memoria de las virutas rubias” y la ya citada “Ida y vuelta”.
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El autor ha conseguido lo que no siempre resulta fácil en las formas narrativas breves, crear un puñado de personajes inolvidables, así Zequiel, Avelino, José Puga o el maestro don Laureano. Pero si algo caracteriza a los personajes, de varios de ellos se cuenta su muerte, es que huyen de una vida para refugiarse en otra; mientras que algunos llegan al valle, hay quienes lo abandonan para siempre. La mayoría son cuentos de atmósfera, en los que se oye el canto de la cigarra, el rumor y el aire de las aguas del río, la música de la flauta y del acordeón, el tarareo de un tango, los ruidos del mundo; narraciones en las que palpamos el silencio y la soledad de los protagonistas, las miradas que se cruzan, el aliento de las vacas y el ritmo de una vida ordenada por los silbidos de vapor del tren o por las figuras que el humo despliega en el cielo.



Si Las elipsis del cronista (2003), su anterior obra, contituye hoy uno de los mejores libros de relatos publicado en los últimos años, esta nueva entrega no ofrece menos hallazgos, ya que las pretensiones del autor, sustentadas en la idea de que “tan importante como ver mundo es no olvidar de dónde viene uno” (p. 124), su ambición literaria, lo ha llevado a convertir en palabras, en emocionantes historias, lo que sólo parecían voces de humo, perdidas quizás entre los pliegues de la memoria.
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* Fotos de Brian Sefton, 1986-1988.
* Esta reseña apareció en la revista Mercurio (Sevilla), núm. 98, febrero del 2008, p. 28.

1 comentario:

Pepe Cervera dijo...

Tendré que leerlo, Fernando. Desde que publicó su anterior libro Pablo Andrés Escapa es un autor que llama mi atención e ignoro por qué estoy dejando pasar el tiempo sin leer sus libros. Muchas veces ocurre de esa forma, autores que se pasean delante de nosotros y a los que por lo que sea no nos atrevemos a echarles el ojo. Ya digo, lo anoto en mis pendientes.