jueves, 28 de mayo de 2009

Autorretrato de RUBÉN ABELLA

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Mi primer recuerdo “oficial” es de algo que ocurrió cuando tenía tres años. Y digo “oficial” porque tengo otro anterior: mi madre empujando el carrito de bebé en que me transportaba. Me dicen que es imposible. Que me lo he inventado. Yo no discuto.

En mi primer recuerdo oficial hay una mujer con un bañador rojo —el rojo me persigue— nadando a contracorriente en el río Pisuerga. Es un momento importante: recordar significa tener algo que contar.

Luego vino el colegio —días largos y noches cortas—, la universidad —días cortos y noches largas—, los viajes. Al igual que el narrador de uno de mis libros, durante años doblé las esquinas trucadas del laberinto, viendo, escuchando, siguiendo el rastro al enigma de ser. Cuando volví, casi tres décadas después de mi primer recuerdo, empecé a escribir ficciones.

Para mí la escritura es, ante todo, un proyecto estético. Lo estético entendido no como la búsqueda superficial de lo bello, sino como un posicionamiento moral ante el mundo.

Para mí la escritura es metáfora.

Es duda.

Es luz.

Dice Sándor Márai que “uno siempre conoce la verdad, la otra verdad, la verdad oculta tras las apariencias, tras las máscaras”. Tiene razón. El deber del escritor, si es que tiene alguno, es decir esa verdad en voz alta.

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* Rubén Abella (Valladolid, 1967) es licenciado en Filología Inglesa y ha cursado estudios de postgrado en las universidades de Tulane (Nueva Orleans, Estados Unidos) y Adelaida (Australia), donde obtuvo un máster en Narrativa Moderna Norteamericana. Su primera novela, La sombra del escapista, recibió en 2002 el Premio de Narrativa Torrente Ballester. En el 2007, su libro No habría sido igual sin la lluvia fue distinguido con el Premio Mario Vargas Llosa NH de Relatos. Su segunda novela, El libro del amor esquivo, resultó finalista del Premio Nadal 2009. Compagina la escritura con la fotografía. Fruto de esta doble actividad artística es el libro Fábulas del lagarto verde, en donde combina imagen y palabra.
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* El autorretrato es de Pierre Bonard.
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1 comentario:

Isidro Hernández dijo...

Se diría, entonces, que ese especial adiestramiento para crear ficciones ha sido cultivado desde la infancia, desde la edad en la que todo es vedadero y se nos muestra con toda su autenticidad. La escritura, entonces, para Rubén Abella, deletrea un sortilegio que pretende recrear ese estado inicial en el que las cosas son vistas con la claridad y la nitidez de los colores primarios.
El escritor, para Rubén Abella, es aquel que intenta, entonces, que no se le empañen los ojos.