miércoles, 4 de noviembre de 2009

FRANCISCO AYALA

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“Otro pájaro azul”
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“Mira, mira qué pájaro tan hermoso, allí, en el árbol, allí arriba; qué colores”, casi gritaste corriendo hacia la ventana, llamándome a la ventana.

Habíamos pasado un rato en silencio, y escuchábamos a los pájaros cantar fuera, en aquella neblina, con aquel viento. “Esos pobres petirrojos se obstinan en cantar –había observado yo-. Por más que llueva y haga un viento frío, ellos cantan: reclaman la primavera prometida.” Y fue entonces cuando viste tú agitarse allá al fondo, grande, azul, en lo alto de una rama, a ese pájaro de belleza única, y me atrajiste a compartir tu admiración, tu júbilo.

Pero en seguida pudimos darnos cuenta de que no era tal ave. Lo que se movía en el árbol extendiendo y agitando con frenesí su oscuro azul, no era un ave; era quizá un trapo, un girón de tela prendido a las ramas en el viento.

Por consolarte, te dije yo (y así lo sentía): “Querida: es más hermoso y me gusta más que si hubiera sido de verdad, porque ese pájaro lo has creado tú, tú lo has inventado, es obra tuya.” Pero al mismo tiempo que te lo decía me acudió este pensamiento: Si no seré yo también una invención de tus ojos magos, y algún día, en algún momento...
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* Este microrrelato aparece recogido en El jardín de las delicias (1971), con el consiguió el Premio de la Crítica. El cuadro es de El Bosco, "El jardín de las delicias". El retrato de Francisco Ayala es cortesía de LPO.
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2 comentarios:

Pedro Herrero dijo...

Esa frase final “y algún día, en algún momento…” no tiene precio. No contento con dar un giro a la historia en el último párrafo, inventando un final feliz y generoso con el segundo personaje, Ayala se saca de la manga una reflexión triste que parece no buscar una respuesta. El autor podría dejar las cosas así, acabando el relato con la palabra “magos”. Pero aún añade esa frase final, en mi opinión, insuperable.

Como siempre, en estos casos, se va un maestro pero no su magisterio. Nos queda ese consuelo.

Gemma dijo...

Felicidades a LPO por ese retrato de pájaro azul que tan bien le va al texto, un micro capaz de transformar ese desengaño de la mujer en un sentimiento poético, pero también una fina metáfora con la que el narrador nos confiesa hasta qué punto su vida depende de ella.