miércoles, 18 de noviembre de 2009

JORDI MASÓ RAHOLA

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"Addicció"
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Els símptomes comencen sempre de bon matí: un pessigolleig al ventre, acompanyat de marejos i d’una sensació de buidor. En dies així arribo a la feina cargolant-me de dolor, i és un miracle que pugui atendre algú sense defallir. Però els anys m’han ensenyat a controlar els tremolors i a mantenir una aparença serena: mentre enceto una conversa tranquil·litzadora amb el pacient, busco la vena més adient per la punció, l’acaricio, l’amanyago fins que la sento bategar sota els meus guants de làtex, la ressegueixo amb delectança i imagino el corrent sanguini fluint per aquells rierols escarlates. Faig penetrar l’agulla amb delicadesa i llavors arriba el moment exquisit en que la xeringa, amb parsimònia, va xuclant el líquid anhelat. Pocs s’estranyen que els n’extregui un tub de més (“i aquest, de propina”, comento, si estic de bon humor). Només quan marxen –prement-se un cotó fluix contra el braç, com si se’ls hagués d’escapar la vida– em prenc la dosi. La tebior em guanya l’esòfag, omplint-me cada racó de l’organisme, s’aturen els espasmes i revisc, respiro alleugit, i amb un mocador de paper m’eixugo els llavis tacats de vermell.
Avui, però, he arribat a l’ambulatori desencaixat. Una abstinència, forçada per les vacances nadalenques, m’estava consumint: arrossegava dies de turment i nits d’insomni. “Es troba bé?”, m’ha preguntat la dona rabassuda que ja m’esperava amb una màniga alçada. Tenia un d’aquells braços tous, embotits de greix. Les venes s’amagaven juganeres entre els plecs, i he hagut de punxar-la fins a tres vegades, sense encert. “Es pot saber què fa?”, ha protestat quan em disposava a provar-ho de nou. Jo suava, angoixat, l’ansietat em tenallava. Quan s’ha aixecat, indignada, li he clavat la xeringa a la papada. Mentre es desplomava m’hi he amorrat: el raig de sang m’ha colpejat el paladar com un sortidor i he begut a galet, assedegat, llargues glopades de vida.
En acabar, reprimint un rot inoportú, he pressionat el foradet amb el preceptiu cotó fluix.
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"Adicción"
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Los síntomas aparecen siempre por la mañana: un cosquilleo en el vientre, acompañado de mareos y de una sensación de vacío. En días así, llego al trabajo retorciéndome de dolor, y es un milagro que pueda atender a alguien sin desfallecer. Pero los años me han enseñado a controlar los temblores y a mantener una apariencia serena: mientras entablo una conversación tranquilizadora con el paciente, busco la vena más adecuada para la punción, la acaricio, la estrujo hasta sentirla latir bajo mis guantes de látex, la recorro con complacencia e imagino la corriente sanguínea fluyendo por aquellos riachuelos escarlatas. La aguja penetra con delicadeza y entonces llega el momento exquisito en que la jeringa, con parsimonia, va succionando el líquido anhelado. A pocos les sorprende que les extraiga un tubo de más (“y este, de propina”, comento, si estoy de buen humor). Sólo cuando se van –oprimiendo un algodoncillo contra el brazo, como si la vida fuera a escapárseles– me tomo la dosis. La calidez me gana el esófago, llenando cada rincón de mi organismo, se detienen los espasmos y revivo, respiro aliviado, y con un pañuelo de papel me limpio los labios manchados de rojo.
Pero hoy he llegado al ambulatorio desencajado. Una abstinencia, forzada por las vacaciones navideñas, me estaba consumiendo: arrastraba días de tormento y noches de insomnio. “¿Se encuentra bien?”, me ha preguntado la mujer rolliza que ya me esperaba con una manga alzada. Tenía uno de esos brazos blandos, embutidos de grasa. Las venas se escondían juguetonas entre los pliegues, y he tenido que pincharla hasta tres veces, sin acierto. “¿Se puede saber qué hace?”, ha protestado cuando me disponía a intentarlo de nuevo. Yo sudaba, angustiado, la ansiedad me atenazaba. Cuando se ha levantado, indignada, le he hundido la jeringa en la papada. Mientras se desplomaba me he acercado al cuello: el chorro de sangre me golpeaba el paladar como un surtidor y he bebido, sediento, largos tragos de vida.
Al acabar, reprimiendo un eructo inoportuno, he presionado el agujerito con el preceptivo algodón.
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* Jordi Masó Rahola (Granollers, 1967) es pianista, habiéndose formado en Granollers, Barcelona y Londres. Ha actuado en Europa, América y Asia, y realizado más de cuarenta grabaciones discográficas. Es profesor de la Escuela Superior de Música de Cataluña y del Conservatorio de Granollers. Sus cuentos han sido premiados en varios concursos y se han publicado en revistas y en libros colectivos. Publica asiduamente en la web Relats en catalá (http://www.relatsencatala.com/) bajo el pseudónimo de Vladimir. Ha reunido una selección de sus microrrelatos en el libro Els reptes de Vladimir (Bubok, 2009). Con esta narración ha ganado el III Concurso de Microrrelatos de Terror y Gore (2009), en el apartado de literatura catalana, que organiza el Festival de Cine de Terror de Molins de Rei (Barcelona). La versión castellana es del autor.
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* El cuadro es de Edvard Munch.
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8 comentarios:

Citopensis dijo...

Muy bueno.

Anónimo dijo...

Vampiros actuales, tendré más cuidado cuando me extraigan sangre. Buen relato gracias por compartir.

Araceli Esteves dijo...

Me ha parecido un relato delicioso. Me he contagiado de avidez vampírica y a penas puedo controlar las ganas de morderle el cuello a alguien. ¿Qué tendrán los vampiros que tanto juego erótico-literario dan?

Pedro Herrero dijo...

Limpio y sin remordimientos, el personaje queda descrito no por su aspecto sino por su manera de proceder para calmar la sed de vida. La descripción física en detalle se reserva para las víctimas. Sangre, la justa y en el momento oportuno. Yo creo que anto el protagonista del relato como el autor son dos auténticos sibaritas.


Net i sense remordiments, el personatge queda descrit no pel seu aspecte sinó per la seva manera de procedir per calmar la set de vida. La descripció física en detall es reserva per a les víctimes. Hi ha la sang justa i en el moment oportú. Jo crec que tant el protagonista del relat com l’autor són dos autèntics sibarites.

bambu222 dijo...

Me ha encantado;no sé si la adicción se refiere a la sangre o a otra no tan inofensiva como las historias de vampiros,para calmar el resto de ansiedad que le pueda quedar.Abrazo.

Eva dijo...

¿De quién es la traducción?
Pues ahí va mi percepción totalmente particular.
¿Te has dado cuenta de que en catalán la sensación de congoja es mucho más intensa que en castellano?
La versión castellana a mí me ha resultado más gélida, me ha hecho pensar en el prototípico vampiro-narrador cerebral, perfeccionista, alto, delgado, pálido, impolutamente vestido de negro...

La versión catalana te traslada a un escenario como sudoroso, las fricativas te hacen pensar en un hombre ansioso, pasional, desesperado, y hasta autocompasivo...

Las dos versiones son muy logradas.
Ahora falta que compartas una pieza pianística del autor. ¡Gracias!

Fernando Valls dijo...

Eva, lo dice al pie de la entrada, la versión castellana es del mismo autor. Saludos.

Esther Anaya dijo...

Ja! me lo imaginaba...esto confirma mi teoría!
;)