martes, 30 de noviembre de 2010

Acentos, por Agustín Monsreal

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Las nuevas normas ortográfícas que recomienda la Academia de la Lengua han producido a ambos lados del Atlántico bastantes comentarios. Véase, a continuación, el que me ha enviado el escritor mexicano Agustín Monsreal.
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Pues sí (o será si), es cierto, como diría el célebre (o celebre) testarudo, que no se puede confundir revólver con revolver, pero sí (otra vez sera si), sin ofender a dicho testarudo, la pérdida de su madre con la perdida de su etcétera, frase famosa para demostrar que con los acentos no se juega, como ocurre también con mendigo y méndigo. Y tampoco es lo mismo, por ejemplo:
sólo te mueres y ya
solo te mueres y ya;
ni tampoco:
voy a tomar sólo un vaso de vino
voy a tomar solo un vaso de vino,
ni tampoco:
sólo llegó a la casa
solo llegó a la casa;
ni tampoco:
discute sólo del acento
discute solo del acento,
¿cambia o no cambia el sentido de lo que se dice? Claro que suena igual, pero no quiere decir lo mismo, y para eso en la lengua escrita existe el acento ortográfico, lo que demuestra que el acento en solo es sólo cosa de sentido común. ¿Y qué (que) queda si le quitamos el acento a académicos?, pues acade-micos.
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* Agustín Monsreal (Mérida, Yucatán, 1941) es poeta y articulista, en el Excelsior, pero tiene fama de ser uno de los cuentistas mayores de México; junto con José de la Colina, Juan Rulfo, Juan José Arreola y Edmundo Valadés forma parte de lo que podría denominarse la cofradía de El cuento. Revista de imaginación. En 1978 ganó el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí con Los ángeles enfermos. Su último libro, al menos el último que yo conozco, se titula Los hermanos menores de los pigmeos (Ficticia, México, 2004).
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lunes, 29 de noviembre de 2010

Adviento en Berlín

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Ayer se celebraba el primero de los cuatros domingos de Adviento. En Alemania, las ciudades se llenan de mercadillos en los que pequeños artesanos ofrecen sus productos y donde pueden comprarse los típicos regalos navideños. Nosotros nos fuimos a pasear por los jardines de Charlottenburg. Queríamos ver el mausoleo de la reina Luisa de Prusia, muy querida por los berlines, pero sólo se abre al público entre abril y octubre. Después del largo paseo nos fuimos a visitar los puestos del mercado que todos los años se instala en la entrada del palacio, donde puede uno tomarse un Glühwein (vino caliente), una salchicha, comprar un collar, una bufanda o un gorro, al tiempo que los más golosos pueden disfrutar del turrón italiano, las castañas o del típico pan de frutas alemán. En uno de los puestos, el único en el que vendían libros, nos encontramos con las novelas de la escritora catalana Maria Barbal, traducidas al alemán, que han tenido mucho éxito. Pero también existen alicientes para los que vayan con niños, bajo la forma de una pequeña feria, con su correspondiente tiovivo. Nuestra amiga María Jesús, mientras su hijo mayor Daniel, que ayer cumplía 20 años, le preparaba la comida en casa, se compró durante el paseo un gorro blanco que le quedaba estupendamente. A la vuelta, nos paramos en una pastelería donde dicen que venden los mejores baumkuchen (pastel de árbol, le llaman, hecho a base de capas) de la ciudad. Y así se nos fue el día casi sin darnos cuenta.
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El origen remoto de las fiestas de Adviento se cifra entre los siglos IV y V, cuando fueron cobrando una importancia cada vez mayor, sobre todo, en las iglesias de Hispania y de la Galia, donde empezaba a sentirse la necesidad de consagrar unos días a la preparación de la celebración de la Navidad y de la Epifanía. Pero, en sus orígenes, el Adviento fue un tiempo de penitencia en el que, además, resultaba obligada una participación más asidua al culto. Las primeras noticias que tenemos sobre la celebración de esta fiesta aparecen en Roma, a mediados del siglo VI. Hoy, el Adviento es el tiempo en el que los feligreses cristianos se preparan para el nacimiento de Jesucristo y para renovar la esperanza en la Segunda Venida de Cristo, al final de los tiempos o Parusía. Y para los que no son cristianos, se ha convertido en una celebración festiva más, como tantas otras, de cierto carácter, digamos, pagano.
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Su duración es de 21 a 28 días y su color es el morado, celebrándose los cuatro domingos anteriores a la fiesta de Navidad. Marca el inicio del año litúrgico en casi todas las confesiones cristianas. Durante este periodo se coloca en las iglesias, pero también en algunos hogares, la denominada Corona de adviento, que puede bendecirse en los templos, formada por ramas de pino y cuatro velas, una por cada domingo de adviento. A cada una de esas velas se le asigna una virtud que hay que mejorar durante la semana. En la primera, el amor; durante la segunda, la paz; en la tercera, la tolerancia; y durante la cuarta, la fe.
La corona tiene su origen en una tradición que consistía en prender velas durante el invierno representando el fuego del dios sol, para que regresara con su luz y calor durante el invierno. La corona, además, atesora diversos símbolos. Así, la forma circular se debe a que el círculo no tiene principio ni fin, por lo que es una señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin; pero también se refiere al amor de los creyentes para con Dios y el prójimo, que nunca debe de terminar. El verde de las ramas simboliza color de la esperanza y la vida, ejes fundamentales de la fe cristiana.
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La función de las cuatro velas consiste en hacernos reflexionar sobre la oscuridad que produce el pecado, cegando al hombre y alejándolo de Dios. Según la fe cristiana, después de la primera caída del hombre, Dios fue concediéndole, poco a poco, una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas de la corona. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que se enciende, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo al mundo. Estas velas van prendiéndose de una en una, durante los cuatro domingos de adviento, mientras se reza en familia. Las manzanas rojas que adornan la corona representan los frutos del jardín del Edén, con Adán y Eva, que trajeron el pecado al mundo aunque también recibieron la promesa del Salvador. Por último, el listón rojo representa tanto el amor a Dios como el amor de Dios.
Durante estos cuatro domingos la familia, o la comunidad cristiana, se reune en torno a la corona para leer la Biblia y meditar. Las lecturas proceden, sobre todo, del profeta Isaías, aun cuando suelen escogerse pasajes proféticos del Antiguo Testamento, como aquellos en los que se recuerda la llegada del Mesías. Así, Isaías, Juan Bautista y María de Nazaret son los modelos de creyentes que la Iglesia ofrece a los fieles para preparar la venida del Señor. En fin, que hace unos días, apenas sí sabía nada del adviento y ahora, mirando aquí y allá, casi me he hecho un experto, o al menos me he convertido en lo que la ligera posmodernidad considera un experto en algo, que consiste en saber cuatro cosas, más o menos bien hilvanadas. Que Dios, en su bondad infinita, me perdone.
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* Las fotos de Charlottenburg son de Gemma Pellicer. ..... .......

domingo, 28 de noviembre de 2010

ANDRÉS GALLARDO

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"Postenebram"
(Postenebram fue la mejor empresa funeraria del pueblo. Don Bartolomé Fica, don Félix Barriga y don Tulio Seoane se las arreglaron para prestar servicios confiables, sobrios y sentidos. Nada es eterno: don Bartolomé, don Félix y don Tulio se fueron yendo cada uno a su modo, cada uno por su lado. Hoy día, el local de la empresa lo ocupa una financiera que no solo da servicios usurarios y fríos, sino que igual termina por enterrar a los clientes. El recuerdo de Postenebram permanece, amable y refescante.)
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1. "¡Qué solos se quedan los muertos!"
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Don Bartolomé Fica era el alma de la Empresa Funeraria Postenebram Don Bartolomé había vivido con ganas; dudoso es que haya habido alguien tan ganoso de vivir como don Bartolomé. Ahora, que se había muerto sin ganas habría sido absurdo negarlo, pero no se podía negar que se había muerto.
Habría sido injusto para don Bartolomé y para el prestigio de Postenebram echarse a morir. El muerto era él, estaba claro; los amigos estaban vivos, eso era también indudable, pero eso no significaba ir a arruinar el velorio con el llanterío. El velorio fue notable. Se hicieron recuerdos gratos, se contaron anécdotas divertidas, no faltaron las canciones (don Bartolomé se moría por los boleros), se bebió con moderación. Con velorios así, cualquier empresa funeraria se prestigia.
El entierro no. Los entierros ya van siendo otra cosa. En el entierro estuvieron todos serios y tristes todo el tiempo. Ya se notaba la honda pena. Daba no sé qué dejar tan solo a un difunto tan, por decirlo así, tan vital.
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2. "La vida dudosa"
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Y lo que son la cosas: don Félix Barriga, también socio fundador de la empresa funeraria Postenebram, era el opuesto de don Bartolomé Fica. Don Félix era tan de tono menor, que había que mirarlo un buen rato para darse cuenta de que estaba vivo. Un día, una muchacha dijo algo estupendo: dijo que don Félix parecía un cartel de propaganda de Postenebram. Don Félix ni se dio por aludido.
Durante el velorio de don Bartolomé Fica, Malbrán dijo “y por qué no velamos también al Félix?” y como todos estábamos en ritmo de velorio, pues dicho y hecho: velamos también a don Félix. Después del entierro los ánimos cambiaron. De pronto, Malbrán notó algo y preguntó “¿dónde quedó el Félix?” y nadie pudo responder.
Más allá de las coincidencias misteriosas, más allá de los juegos de palabras (alguien dijo que la empresa debería llamarse Dos En Uno), el asunto no dejó de tener su lado simbólico.
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3. "El desvío"
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Don Tulio Seoane fue el más profesional de los socios de la Empresa Funeraria Postenebram. Quizás por eso mismo después se insinuó que don Tulio había hallado una manera de soslayar la muerte. Nada es tan simple en este mundo: don Tulio dejó Postenebram antes del deceso de don Bartolomé Fica y don Félix Barriga.
Don Tulio sufrió; cómo sufrió don Tulio. De solo recordar las causas de su sufrimiento dan ganas de morirse para no saber que es posible sufrir tanto. Sí, don Tulio sufrió, pero no tomó el camino ancho de la muerte, sino un desvío brumoso, lleno de baches y de túneles imprevistos, y se dejó llevar por ese desvío sin rumbo y sin vuelta: don Tulio Seoane Sagredo se volvió, dura cosa es, loco. Don Tulio cruzó los brazos por la espalda y a zancadas largas comenzó a deambular por la ciudad mascullando sabidurías incomprensibles, con los ojos secos y un hilillo de baba permanente, como diciendo que en la vida no todo es miel sobre hojuelas.
En algún recodo, el desvío brumoso de don Tulio se cruzó un instante con la vía diáfana de la muerte propiamente dicha. Aunque a esas alturas enterrar a don Tulio parecía una redundancia, don Bartolomé Fica y don Félix Barriga le hicieron un funeral de primera. Don Bartolomé, cosa rara en él, hablo en público; dijo “la Empresa Funeraria Postenebram ya nunca será la misma”. Don Félix no habló, pero escribió; escribió “esto es el comienzo del fin”. Los demás solo lloramos a lágrima viva.
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* Andrés Gallardo (Santiago de Chile, 1941) es profesor de castellano (1966), doctor en Lingüística (1980), profesor emérito de la Universidad de Concepción y miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua. Es autor de artículos sobre gramática, sociolingüística y cultura idiomática. Su obra narrativa está compuesta por los siguientes libros: Historia de la literatura y otros cuentos (1982), Cátedras paralelas (novela, 1985), La nueva provincia (novela, 1987), Obituario (relatos breves, 1989), Estructuras inexorables de parentesco (relatos, 2001), Tríptico de Cobquecura (nouvelles, 2006).
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* El grabado es de José Guadalupe Posada.
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sábado, 27 de noviembre de 2010

Nuevos estudios sobre Vázquez Montalbán

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En este volumen se recogen un buen puñado de trabajos que tienen su origen en un congreso que la Universidad de Berna, el profesor José Manuel López de Abiada, le dedicó en el 2005 a Manuel Vázquez Montalbán. Entre los autores se encuentran algunos de los mejores especialistas en la obra del autor de Galíndez, novela a la que se le dedican varios estudios (sólo uno de ellos tiene más de 100 páginas), encabezados por Georges Tyras. Pero quizá lo más interesante sea que se recogen también estudios sobre aspectos periféricos, mal atendidos hasta ahora (las crónicas y ensayos, su pensamiento histórico político, la gastronomía), de su polifacética producción intelectual, o de sus relaciones con otros autores, como Juan Marsé (en un trabajo de María Esperanza Domínguez).
Tras echarle una mirada al índice (me llama la atención la ausencia de Mari Paz Balibrea, Manuel Rico o Quim Aranda, expertos en su obra), me he ido al artículo de Joaquín Parellada, sobre el cuento "1945", y tengo que decir que me ha parecido modélico. En cambio, resulta preocupante que uno de los libros más disparatados y peor escritos que he leído nunca, el que Teresa Vilarós le dedicó a la cultural española durante la transición, sea citado una y otra vez, y tomado en serio. Se echa de menos, además, algún ensayo sobre su importante obra poética. Pero, en conjunto, es un libro muy útil para todos los numerosos lectores del autor de Los mares del sur, e imprescindible para los estudiosos de su obra.
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viernes, 26 de noviembre de 2010

DIEGO MUÑOZ VALENZUELA, y 3

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"Sabiduría popular 1"
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- “A otro perro con ese hueso” -le dijo molesto el padre-. “Gota a gota, la mar se agota” -advirtió. - “Perdonar es nobleza, odiar es vileza” -replicó el hijo, burlesco-. “Zorro que se duerme no caza gallinas”.
- Te lo advierto: “El que ama el peligro perece en él”. Ya sabes, “Quien roba una vez, roba diez”. "Y tanto va el cántaro al agua, que al fin se rompe”.
- “Consejo no pedido, consejo mal oído” –terció con amargura el reprendido-. Mas tenme fe. “Hierba mala nunca muere”.
- “No hay peor sordo que el que no quiere oír” –concluyó el progenitor- Bien que dicen: “Hijo mimado, hijo mal criado”.
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* La instalación es de la artista colombiana Doris Salcedo. El texto es inédito.
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jueves, 25 de noviembre de 2010

Casi todas las Matutes posibles

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Pocos premios me han alegrado tanto, en lo literario y en lo personal, como este Cervantes que le acaban de otorgar a Ana María Matute. Lo sorprendente, y habrá que darle la razón a las feministas, en esta ocasión y sin que sirva de precedente, es que sólo sea la tercera mujer distinguida con este galardón, tras María Zambrano, en 1988, y Dulce María Loynaz, en 1992. Y la escritora cubana es una de las que emborrona la historia del galardón.
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Ana María Matute tiene 85 años, nació en Barcelona, en 1925, y ha escrito novelas, cuentos y ese extraordinario libro de microrrelatos que es Los niños tontos. Sus cuentos completos acaban de aparecer en Destino, con el título de La puerta de la Luna, al cuidado de mi vieja amiga Mari Paz Ortuño, profunda conocedora de su literatura, aunque no he visto todavía la edición. Hace sólo unos días, ante los rumores que la daban ganadora, declaraba: "Si me dan el Cervantes daré saltos de alegría, saltos de alegría espirituales". Desde luego porque, la Matute, como suelen llamarla sus amigos (yo siempre la llamo Ana María), es una de esas personas con una mala salud de hierro, pero que hace ya tiempo que necesita usar una muleta para andar.
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Durante años, fue seria candidata al Nobel, antes de que se lo dieran a Cela, pero los académicos suecos debieron olvidarse de ella durante los muchos años que estuvo sin publicar. De todas formas creo que Ana María Matute ha obtenido todos los premios importantes que se conceden en este país, tanto los privados como los institucionales, como el de las Letras Españolas (2007); el Nacional de Literatura; el Premio de la Crítica, por Los hijos muertos; dos nacionales de Literatura Infantil; el Planeta, por Pequeño teatro, en 1954; el Nadal, de 1959, por Primera memoria; y el Ciudad de Barcelona por El verdadero final de la Bella Durmiente, en 1966.
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De su amplia obra, que me parece que conozco bien, me quedaría con una antología de sus mejores cuentos, con Los niños tontos, uno de sus grandes libros, y las novelas Fiesta al noroeste (1952), La torre vigía (1971) y la extraordinaria Olvidado Rey Gudú (1996), su libro preferido y el que más ha vendido. Este es, además, el libro que más me ha vinculado personalmente a ella, pues, cuando apareció, tras presentarlo en Barcelona ante un numeroso grupo de profesores de Instituto, Ana María me pidió que la acompañara presentando el libro en diversos lugares. El acto consistía en
una conversación sobre el conjunto de su obra, y sobre ese libro en particular, que improvisábamos sobre la marcha. Nunca era la misma, pero siempre salíamos bien parados, porque Ana María le imprimía siempre una dosis de hapenning que hacía disfrutar mucho a los presentes. Al final, cuando acababa el acto, se agolpaban frente a ella para que les firmara alguno de sus libros, o simplemente para manifestarle su aprecio. Pocas veces he disfrutado tanto como con el trato, la conversación y el discreto cariño que siempre desprendía la Matute. El único peligro de aquellos encuentros es que, como yo sólo era un discreto bebedor, y ella un auténtico cosaco (cuando era joven, sus amigos la llamaban "el pequeño cosaco", por lo mismo), no sólo no podía seguirla, sino tampoco acompañarla en la ingestión de whisky, bebida que ella solía tomar con hielo. En este terreno, me dejaba k.o. casi a las primeras de cambio.
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En otra ocasión, unos años antes, en 1990, por encargo del diario El Mundo, le hice una entrevista en su casa de Barcelona. Tenía una especie de carrito de madera en el que guardaba el gigantesco manuscrito de Olvidado rey Gudú, que empezaba con el dibujo de los personajes. Este libro, de cuya existencia se dudaba, por el que yo le pregunté entonces, tardaría seis años en aparecer publicado, pero ella, con discreción y con la excelente excusa de ir a por otra botella de whisky, tras acabarnos la que tenía empezada, abandonó la sala y me dejó sólo un rato, con el manuscrito, para que pudiera verlo a gusto, con tranquilidad. Creo que pasamos un par de horas a gusto, charlando sobre sus libros y sobre su complicada existencia privada. En aquella época, aunque acaba de pasar por el quirófano, todavía vivía su segundo marido, “el bueno”. Al final, cuando nos despedimos, se empeñó en regalarme todos sus libros dedicados, y cuando digo todos son muchos y casi todos los que había publicado hasta entonces, a pesar de que yo le advertía de que los tenía. Los guardo, con su peculiar caligrafía, como se guarda el paño en el arca.
Así ha sido siempre Ana María, gran escritora pero también una de las personas más atentas y cariñosas que he tenido la fortuna de conocer. Nuestros jóvenes narradores deberían de conocer mucho mejor su obra, se llevarían una grata sorpresa y entenderían que ser cosmopolita, como ellos tanto desean, empieza por conocer lo propio, y en este caso a narradoras tan importantes y tan a mano como la Matute.
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miércoles, 24 de noviembre de 2010

Para Alfonso Canales

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ALFONSO CANALES Y «LOS FICTICIOS»
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Hay episodios de la historia literaria que nacen y mueren con tanta naturalidad que cuando alguien nos proporciona noticia de ellos parecen más cerca de lo legendario que de la realidad cotidiana en la que surgieron.
A todos aquellos que estén familiarizados con la obra de Juan Perucho les habrán llamado la atención las alusiones, siempre de pasada, a la Academia de los Ficticios, que fundó junto con Carlos Pujol y Pere Gimferrer. Quizá la historia empezó cuando, allá por 1983, Lluís Bassets le propuso al autor de Arde el mar que escribiera para El País unos artículos sobre la actualidad literaria. Que Gimferrer se sintiera más cerca de algunos raros del XVIII y XIX que de sus contemporáneos no debió de extrañarle demasiado a Bassets ni a ninguno de sus lectores. Así se gestó lo que luego sería el libro Los raros.
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A nadie que conociera a Perucho se le ocurriría escribir sobre antiguos autores olvidados sin contar con sus sugerencias y con sus libros, por lo que Gimferrer empezó a frecuentar la casa de la avenida de la República Argentina, a la que —como amigo y vecino— solía acudir también Carlos Pujol. Que los tres coincidieran y que la tertulia se montara no debió de costar demasiado trabajo... Y si sabemos que el incitador fue Gimferrer, parece imposible e inútil la resistencia. Cada dos o tres semanas, desde comienzos de 1983, se reunían a charlar sobre literatura y sobre cine. Ni que decir tiene que la casa de Perucho era el lugar más idóneo: por la preeminencia de la edad, por su magisterio y por su envidiable biblioteca, en la que los libros están al alcance de la mano, siempre en primeras ediciones espléndidamente encuadernadas.
Si las fechas concuerdan con los recuerdos de los protagonistas, el primer tema de conversación fue Pamela, la novela que Perucho acababa de publicar. Un día se ocupaban de Teodor Llorente, fundador de Lo rat penat; otro, de los olvidados poetas que recoge Cossío en su historia de la poesía española de la segunda mitad del XIX, que —en una ocasión— definió Valente como una guía de teléfonos cuyos abonados se llamaban todos Fernández, menos Rosalía de Castro y Bécquer. También charlaron de la Botánica funeraria, de Celestino de Barallat; de Hoyos y Vinent; de la obra de juventud de Fernández Flórez, de sus cuentos fantásticos; de Julio Camba, de Cunqueiro... Perucho les hablaba de viejas historias de la Cochinchina, de los personajes de su novela, del beato Almató, que murió mártir en aquellas lejanas tierras y tiene una calle en Vallcarca. En fin, si se echa un vistazo a los artículos de Perucho o a Los raros, puede uno hacerse idea de por dónde podía ir la conversación.
El cine, las películas que ponían en la televisión, también solía ocupar su atención. Con especial interés recuerdan el ciclo dedicado a Douglas Sirk que presentaba Antonio Drove. Pero lo que más les impresionaba era las apariciones del cineasta de origen danés con unas gafas ahumadas, recitando a Goethe en alemán y monologando sobre cine y estética, con tanta solemnidad como inteligencia.
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Carlos Pujol fue quien dio con ese nombre pintoresco y un poco literario que buscaban, muy adecuado para la charla divagatoria y diletante: los ficticios. Y también fue el autor de la siguiente «Contrerime», fechada en «février 1984»: «À cette heure-là, les Fictifs / —c'est entre chien et loup— / parlent de rien, parlen de tout, / joyeux et méditatifs. // À cette heure-là, le temps n'est rien, / l'univers devient livre, / et chacun dans son coeur s'enivre / d'être académicien. // La chatte, blassée, nous dit: "Pouah!", / avec son air farouche, / ils aiment trop ouvrir la bouche: / L'Académie c'est moi!». Pensó Pujol que, puestos a versificar, había que utilizar una forma rebuscada y humorística..., y si era preciso hacer una broma, en francés sería más chocante. Y así, se acordó de Paul Jean Toulet, un contemporáneo de Proust, que años antes había imitado Gil de Biedma en, por ejemplo, "Happy Hending".
Gimferrer les hizo notar que aquello no era una reunión cualquiera, ni siquiera una tertulia como tantas otras, sino que tenía que ser algo más serio, una academia. ¿Pensaba quizás en algo parecido a la de los nocturnos, en la de los desconfiados, o en el Bilis Club, de Clarín y Ortega y Munilla? Y como en las academias clásicas, se nombró correspondiente en Málaga al poeta y abogado de la curia episcopal Alfonso Canales. En puertas se quedaron Martín de Riquer, maestro de los tres académicos, Juan Ramón Masoliver y Francisco Rico.
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¿Por qué Canales? Pues, por su amistad con Perucho y Gimferrer. Al poeta andaluz, autor de Aminabad y Tres oraciones fúnebres, por recordar sus obras mayores, lo conoció Perucho en 1967, en unas jornadas literarias en Asturias, y se quedó muy impresionado por sus saberes sobre las piedras preciosas. No me parece descabellado, por tanto, pensar que en esta amistad pudiera cifrarse el origen del «tratado de piedras mágicas» que es su Lapidario portátil.
Las relaciones entre estos tres académicos merecerían un artículo aparte. En esos años contribuyeron a la edición en Trieste de Rosa Krüger, la curiosa novela de Sánchez Mazas, con pasajes en aranés. Canales intervino decisivamente en la concesión del Premio Nacional de Literatura a Arde el mar. Pujol le dedicó un libro a Perucho y lo convenció para que volviera a escribir novelas. Gracias a Gimferrer el Gian Lorenzo, de Pujol, pudo editarse en Málaga. Perucho les ha dedicado diversos artículos y, en fin, Gimferrer prologó la poesía completa del autor de Les històries naturals.
En 1987, cuando ya se habían hecho un diploma que los acreditaba como miembros, ocurrió (comenta un escéptico Pujol, que recuerda a Mixeta, la gata que entonces correteaba por allí) lo que es propio de una academia ficticia, que se deshilache en el aire, como las nubes... Pero como nunca llegó a disolverse (recuerda un optimista Gimferrer, que echa de menos la estufa que presidía la sala de reuniones), si queremos podemos volver a empezar mañana...
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P.S. Este artículo apareció publicado en la ed. catalana de El País, el 24 de febrero de 1997. La semana pasada murió el poeta y abogado malagueño Alfonso Canales. Había ganado dos de los máximos galardones literarios que se conceden en España, el Premio Nacional de Literatura. por su libro Aminadab, en 1965, y el Premio de la Crítica, en 1973, por su Réquiem andaluz. Del resto de sus libros, yo me decanto por Port Royal (1956). Fundó con José Antonio Muñoz Rojas, en 1950. la revista Papel azul y la colección de poesía A quien conmigo va, nombre que proviene del romance del Conde Arnaldos. Alfonso Canales fue también uno de los fundadores de la revista Caracola.
Perucho solía evocar siempre a su amigo con gran admiración y cariño. Con motivo de la aparición de este artículo sobre los ficticios, aunque no nos conocíamos personalmente, Alfonso Canales me escribió una carta de agradecimiento, esperando que coincidieramos en alguna ocasión, algo que lamentablemente no se produjo. Dejo, a continuación, uno de sus poemas.
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"El poeta se lamenta de la fugacidad del querer humano"
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¿Adónde va el amor, por más que duela
el corazón a cada estrecho paso;
con qué peso se hunde, en qué fracaso
el beso se anonada y se cancela?

Abrígalo si puedes: va que vuela
su precario calor, al cielo raso.
Mira que con frecuencia se da el caso
de que a la vuelta el velo se desvela.

¿Adónde vamos a parar con tanta
ráfaga que se va por un postigo,
si el cisne se nos muere cuando canta?

¿Qué puede alimentarnos este trigo
que siempre se nos queda en la garganta?
¿Adónde vamos a parar, amigo?
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* En las fotos, de arriba a abajo, aparecen Alfonso Canales, Juan Perucho, Carlos Pujol y Pere Gimferrer.
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lunes, 22 de noviembre de 2010

Una reflexión sobre el cuento (a propósito de Ángel Zapata)

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Estimados amigos, gracias a la hospitalidad de Fernando Valls ha cabido aquí la extraordinaria carta de Ángel Zapata y la estimulante conversación a muchas bandas entre apasionados del cuento. Quisiera a mi vez comentar esta carta, señalar algunos peligros de su estética, y sugerir una reflexión sobre la experiencia poética y el realismo en ella.
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Zapata propone una estética: la desposesión del autor, que se deja llevar por el lenguaje mismo, el cual, en la medida en que se desata de todo significado establecido, se convierte en poético. Su efecto es triple: presenta algo que me desborda y no puedo conocer de otro modo (lo que produce una emoción estética); muestra la insuficiencia de todo discurso establecido (por ello es peligroso para el orden, incluido el propio, y nos daña), y anuncia cierta verdad que nunca termina de concretarse, indefinida por esencialmente utópica (y así, es denuncia de todo poder). Cualquier otra estética que no cumpla con este programa se convierte en un discurso atado, bloqueado por la falta de libertad, tanto como decir por las instancias de poder, desde el metafísico al político que nos constituyen. Pues sólo el lenguaje en libertad garantiza per se la verdadera liberación.
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Para esta estética, el lenguaje es un absoluto, pues no es sólo el “lugar” de la revelación, sino su único agente. En consecuencia, el narrador como el poeta, debe renunciar a poseer el uso de su lenguaje (desde el nivel semántico al argumental, desde lo temático a la sintaxis), para adentrarse en las posibilidades no conocidas, no intencionales del lenguaje que aparecen en el ejercicio (la deriva) de escribir.
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Por mi parte, valoro el lugar del lenguaje como absoluto, podemos reconocer su poder y riqueza en muchos textos, incluso en los más modestos. Pero pienso que hemos de considerar con cuidado este absoluto y, sobre todo, entender bien nuestra relación con él. Así, desconfío de una visión acrítica del lenguaje como absoluto. Me parece que nos lleva a su mixtificación, más todavía, a una deificación limitadora. Algunos ejemplos: la inanidad en la experiencia de la escritura automática o los pasajes penosos de los “cadáveres exquisitos” surrealistas. También, la posibilidad de las máquinas de componer poemas mediante fórmulas combinatorias. El lenguaje como agente solo y absuelto produce efectos múltiples: lo sorprendente, tanto como lo ingenioso, lo estúpido y lo insulso. La sola obediencia al lenguaje no asegura que hallemos una palabra poética significativa o valiosa.
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Rimbaud, en una carta confiesa haberse acostumbrado a ver pagodas bajo los lagos. (Cito de memoria); descubre la posibilidad de una creación de metáforas y visiones sin fin: el lenguaje como campo infinito de lo más gratuito y atrabiliario. Pero el joven poeta se acostumbra, esto es, se aburre. El lenguaje con su inacabable posibilidad tiene algo de vacío fantasmagórico que nos deja insatisfechos.
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Michael Hamburger (La verdad de la poesía) recoge la doble reflexión de Baudelaire: “La poesía no tiene a la Verdad por objeto, su fin es ella misma”; “La poesía se basta a sí misma”; pero, en otro lugar, “No está lejos la época en que se comprenderá que toda literatura que rehúse caminar fraternalmente entre la ciencia y la filosofía es una literatura homicida y suicida”; “La pueril utopía de la escuela del arte por el arte con exclusión de la moral y a menudo incluso la pasión, es necesariamente estéril”. Hamburger concluye que el arte contemporáneo viene derivando entre esas dos posiciones que parecen irreconciliables: el juego artístico como absoluto, y la relación de la creación artística con el mundo humano. Ambas posiciones ofrecen, creo, posibilidades y límites. La primera es osada, pero pueril y estéril; la segunda, profunda pero limitada y repetitiva.
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Entonces, ¿qué falla en el lenguaje tomado como absoluto? A mi modo de ver falla al considerar que la otredad respecto a lo humano es en realidad el único momento de la experiencia poética. De manera que lo humano desaparece, debe desaparecer para que el lenguaje hable. Ocurre como en el sacrifico de Abraham: la fe en Yahvé exige la muerte de su propio hijo. Lo absoluto y lo humano son incompatibles. El lenguaje se convierte en el único sujeto de la relación; el escritor, el lector, decaen en su objeto.
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Pero esto no es necesariamente así. El lenguaje no puede ser un absoluto y eliminar lo humano sin perder su sentido. En efecto, ¿cómo sabemos que lo que el lenguaje expresa es eso que me desborda?, ¿cómo reconocemos en lo que retorna algo que nos concierne? ¿Cómo es que entendemos que el significado poético destruye todo lenguaje establecido? ¿Por qué creer que lo que manifiesta el lenguaje es realmente una palabra por venir y no un mero sinsentido? El lenguaje poético tiene para nosotros valor porque aparece en contraste con lo que ya sabemos y decimos; precisamente se hace significativo si y sólo si confronta con el lenguaje que denominamos habitual (no otra cosa, por cierto, es la función poética del lenguaje, su disonancia con el corriente). Ahora bien, ese contraste es posible sólo si hay algún punto de relación de ese lenguaje liberado con nuestra experiencia (con las palabras, con la idea que ya poseemos). Un lenguaje absolutamente otro se volvería absolutamente insignificante.
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Esto no significa que el lenguaje poético sea plenamente interpretable o traducible, sino que debe haber un momento de reapropiación, de encuentro, de reconocimiento entre el lenguaje poético y la actualidad del escritor, y, por lo mismo, del lector. Esta reapropiación o reconocimiento consistirá en diversas experiencias: revelación, inquietud, trastorno, gozo, destrucción o consuelo. Creo que tal momento estructural acontece de hecho en la hermenéutica del texto que implica toda lectura. No importa que esa hermenéutica no tenga fin, importa que la interpretación se realiza por lectores que leen desde su condición de situados históricamente, que los define. Más aún, desde su finitud y temporalidad (y cuanto comportan).
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Un modelo de comprensión de la actividad poética debe considerar dos momentos estructurales. El primero lo constituye la libertad del lenguaje, de la aventura imaginativa y verbal, la ebriedad por la exposición a lo no imaginado, no pensado, no visto. Este momento puede ser tan radical como se quiera, o como se pueda; pero puede surgir de cualquier lugar, del juego con las palabras, pero también de la reflexión sobre un hecho nimio y realista, o de un sentimiento, o de una pregunta, o de una angustia, etc.
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Un segundo momento es el reconocimiento, la reapropiación, el comprender ese lenguaje desatado. Se trata de una experiencia no de sometimiento a lo que la palabra dice, sino de diálogo con ella, no de sojuzgamiento ante ese Súper-Sujeto llamado lenguaje que ahora nos domina, sino de encuentro con él. El escritor, como el lector, precisamente por haberse dejado interpelar por el lenguaje, avalados por su descentramiento, se abren a él como participantes de una reunión.
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El escritor, el artista en general, acude al encuentro con la materia de su trabajo desde su condición personal situada, esto es, desde sus ideas y prejuicios, desde su lugar en el mundo, incluso desde su condición corporal; ese bagaje que lo individualiza son las condiciones mismas de su apertura, es desde donde se abre al absoluto del lenguaje. Pero ha de adoptar ahí una actitud de trascendimiento, esto es, no actuando por su interés (fama, dinero, epatar, hacer algo bonito, dominar, vender, publicar…). Lo mismo ocurre con el lector, este no se abre a la obra cerrado en su prejuicio, su saber, su conocimiento, su sentimiento, sino trascendiéndolos, dejándose afectar por ella. Los dos momentos: libertad del lenguaje poético, y reconocimiento son indispensables para que el lenguaje y el autor-lector sean ambos sujetos de la actividad poética. Lo decisivo no es la palabra en sí, sino la capacidad de revelación que contiene y se da siempre para alguien en su circunstancia personal intransferible. Es en el encuentro con el lenguaje donde lo humano se re-ilumina, se re-llama, se re-define… No se trata tanto de caer en éxtasis ante el lenguaje como de convocarlo; en definitiva lo que importa no es su extrañeza sino su revelación. Revelación progresiva, insospechada, indisponible, nunca segura, nunca agotada del todo, sí, pero significación a fin de cuentas, en virtud de ese encuentro entre el lenguaje y el sujeto.
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El realismo debe ser juzgado también por su capacidad para alojar la revelación. Nos encontramos, desgraciadamente, con un realismo practicado por cuentistas que ahoga todas las posibilidades del cuento y malogra su poder iluminador y su potencia estética. Creo que repite fórmulas gastadas y es insignificante, cuando no frívolo, casi siempre inconsciente y, en esa medida, peligroso porque repite una visión del mundo a la medida del conformismo y el sometimiento. Lo que el realismo ha de aprender desde lo anterior, para alcanzar la categoría de la revelación, lo formularía en dos líneas: atreverse a lo no conocido, y ser verdadero.
Con atreverse a lo no conocido me refiero a ser capaz de ahondar en las condiciones y los presupuestos de lo que llama real, de lo que considera que sucede verdaderamente. Esto es, a ir más allá de la mera superficie del espejo, a mostrar el fundamento de los problemas que exhibe.
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Por ser verdadero indico que la verosimilitud de lo que dice se sostenga en la verdad de lo que narra y no en estereotipos, en formulaciones librescas o ideológicas. Un personaje, una situación deben ser seguidos hasta el final. ¿Está vedado el descubrimiento de lo real al realismo? No, pero a condición de que emprenda esa doble tarea y que no se conforme con menos.
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Termino, casi aforísticamente: el poder usa el lenguaje y lo moldea y nos lo hace comer mientras dormimos. Y luego lo vomitamos cada día. Para luchar contra él, hacen falta todos los lenguajes, no debemos renunciar a ninguno. El realismo no es el problema, el problema es la inconsciencia del realista que cree decir las cosas como son y únicamente está repitiendo, porque no ha llegado demasiado lejos en la exploración de su propio lenguaje, de sus implicaciones, de sus consecuencias. Y por eso, causa sonrojo (ya puedo decirlo aquí) escuchar todavía a escritores que dicen: yo sólo quiero contar bien una historia (cuando los artistas plásticos hace decenios que han superado esa simpleza), y crean lectores que responden: qué bonita esta historia ¿no? Yo he llorado.
Gracias, perdón por el abuso y las oscuridades. Un abrazo a todos,
Javier Sáez de Ibarra
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* Los cuadros son Guillermo Pérez Villalta.
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domingo, 21 de noviembre de 2010

Fabricio Caivano, Premio Nacional de Periodismo Cultural

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Debía de estar de viaje aquellos días porque no me había enterado de la concesión del Premio Nacional de Periodismo Cultural a Fabricio Caivano. No sé si a vosotros este nombre os dice algo, pero para mí es importante porque forma parte de aquellos empeños titánicos que se hiceron durante la hoy tan denostada transición para poner al país a la hora del presente en el campo de la pedagogía. El caso es que Caivano fundó en 1974 la excelente revista Cuadernos de pedagogía, de la que yo era suscriptor y que leía con un cierto fervor, recién licenciado, y donde en 1980, a través de Sergio Beser, publiqué uno de mis primeros artículos sobre la historia de la enseñanza de la literatura en los años más duros del franquismo.
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Caivano, además, fue editor de la revista Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil (CLIJ) y es colaborador de El Periódico de Cataluña. En las declaraciones que ha hecho estos días a la prensa, que le ha prestado mucha menos atención de la que debiera, quizá porque no se ocupan del tipo de cultura del que tendrían que ocuparse, ha comentado lo siguiente: "Soy un periodista de sesenta y pico años [nació en 1942]; llevo muchos años dedicándome a esto y creo que se ha premiado mi recorrido en un periodismo diferente, dedicado a la reflexión y al pensamiento sobre la educación y la cultura".
Pero Caivano, hombre multifacético, coordinó la sección de cine documental Tiempo de Historia, de la Semana de Cine de Valladolid, entre 1984 y el 2005, y ha sido asesor y guionista del programa educativo Aula Visual, de TV-3. En 1983 fue nombrado miembro del Consejo Escolar del Estado y del Grupo de Educación de la UNESCO de Cataluña.........

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Estos son los datos más o menos fríos y objetivos. El caso es que nunca había tratado personalmente a Caivano, pero en el 2008, tras asistir como público a un diálogo que mantuvo Cristina Fernández Cubas con un individuo que apenas nada sabía de su obra, por no recordar que hablaba con faltas de ortografía, nos fuimos a cenar con la escritora y su editor, Juan Cerezo. Estaba reciente la publicación en Tusquets de los cuentos completos de la autora, que tanto éxito tuvieron. El caso es que, cuando estábamos empezando a cenar, apareció Caivano en el restaurante. Acababa de asistir al acto y era viejo amigo de Cristina, por lo que tuvimos la fortuna de que se quedara con nosotros un buen rato. Para mí fue una alegría conocerlo, poder comentarle lo importante que fue aquella revista de pedagogía para la gente de mi generación. Luego, cuando nos dejó, pude saber algo más de su historia personal y de su trayectoria vital. No he vuelto a coincidir con él, pero ahora me gusta recordarlo y compartir su satisfacción por este merecido reconocimiento público a tantos años de trabajo serio y riguroso.
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sábado, 20 de noviembre de 2010

GUILLERMO BUSTAMANTE ZAMUDIO, 1

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"Historia de la literatura"
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Al principio era el verbo y no había papel, de manera que hubo poesía. Luego hubo papel y hubo tiempo, de manera que grandes sagas fueron propicias para un mundo mitad desconocido, mitad inventado. Más tarde hubo imprenta, y hubo paciencia; ya casi todo estaba descubierto, de manera que hubo novela, saga del espíritu. Pero todo empezó a agotarse —el tiempo, el papel, la paciencia—, de manera que hubo cuentos, cada vez más cortos. Antes del final, sólo quedará el verbo y tal vez, de nuevo, la poesía.
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* Guillermo Bustamante Zamudio (Cali, Colombia, 1958) es licenciado en Literatura e Idiomas, Magíster en Lingüística y Español, y profesor de la Universidad Pedagógica Nacional. Es cofundador y codirector de las revistas de microrrelatos Ekuóreo y A la topa tolondra. Y cocompilador, junto a Harold Kremer, de la Antología del cuento corto colombiano (1994); Los minicuentos de Ekuóreo (2003); y de la Segunda antología del cuento corto colombiano (2007). Además de coautor, con Harold Kremer, de Ekuóreo: un capítulo del minicuento en Colombia (2008). Ha ganado el premio «Jorge Isaacs» (2002), con el libro de microrrelatos Convicciones y otras debilidades mentales (Deriva, Cali, 2005); y ha obtenido tambien, exaequo, el premio del Tercer Concurso Nacional de Cuento, Universidad Industrial de Santander, 2007, con el libro Roles. Es autor del libro de microrrelatos Oficios de Noé (2005) y sus piezas aparecen en varias antologías dedicadas al género. Este microrrelato es inédito y forma parte del libro, en preparación, titulado Disposiciones y virtudes.
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viernes, 19 de noviembre de 2010

Castellet, premio de las Letras Españolas

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Josep Maria Castellet es el primer crítico literario que obtiene el Premio Nacional de las Letras Españolas, dotado con 40.000 euros, que concede el Ministerio de Cultura. Los críticos no suelen recibir este tipo de reconocimientos, ni tampoco ningún otro. Es más, ni siquiera se cuenta con ellos para los frecuentes debates que hoy se organizan aquí y allá. Por eso me parece una buena noticia para los que seguimos creyendo en la utilidad de la crítica que un galardón tan prestigioso haya reconocido su labor, aunque la nota oficial del jurado lo haya disfrazado de mediador entre culturas y bla, bla, bla… Castellet ha sido también un importante editor, en Edicions 62 y en Península, y ensayista.
Nacido en Barcelona, en 1926, se licenció en Derecho en la Universidad de la ciudad, formando parte del llamado grupo del 50, junto a Carlos Barral, Gil de Biedma, Gabriel Ferrater y los Goytisolo, por sólo citar a sus interlocutores más cercanos. Y es autor de libros tan influyentes, aunque no siempre acertados, como La hora del lector (1957), así como de las antologías Veinte años de poesía española (1959), pronto reeditada ampliada, y Nueve novísimos poetas españoles (1970), con la que introdujo la cultura pop en la literatura española.
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Pero a partir de finales de los sesenta, primero por razones laborales y luego, además, por convicción, casi sólo se ha ocupado de la literatura catalana, convirtiéndose en el principal teórico y defensor, junto a Joaquim Molas, del denominado realismo histórico, de lo que resulta buena prueba la antología Poesia catalana del segle XX (1963), en colaboración con el citado profesor. En las décadas siguientes publicó tres influyentes ensayos, Lectura de Marcuse (1969), Iniciación a la poesía de Salvador Espriu (1971) y Josep Pla o la raó narrativa (1978), y fue el primer presidente de la Asociación de Escritores en Lengua Catalana (1978-1983). Se ha comentado a menudo que de haber formado gobierno los socialistas catalanes en las primeras elecciones autonómicas, hubiera sido el conseller de Cultura.
Pero tenemos que esperar hasta finales de los ochenta para que vuelva a publicar dos libros de sumo interés, a caballo entre el memorialismo y el retrato literario, como son Memòries poc formals d'un director literari (1987), de escasísima difusión, y Los escenarios de la memoria (1988), al que ahora hay que sumar el recientísimo Seductores, ilustrados y visionarios. Seis personajes en tiempos adversos (2010), del que pienso ocuparme aquí mismo con más detenimiento.
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El jurado, presidido por Rogelio Blanco, ha estado compuesto por Xosé Ramón Barreiro, Joseba Lakarra, Carles Miralles, Evangelina Rodríguez Cuadros, Margarita Salas, Antonio Hernández, Javier Goñi, María Luisa Ciriza y Ana María Moix. Faltaron a la cita, como era previsible, Rafael Sánchez Ferlosio y Juan Goytisolo.
Con motivo de la concesión de este premio él mismo ha definido a la perfección el rasgo más significativo de su personalidad, de su trayectoria profesional: “yo me he hecho con los demás, no me he hecho solo, primero con los escritores de la generación de los 50, luego con escritores catalanes decisivos para mí como Pla y Rodoreda”. Y, en efecto, para componer las dos antologías dedicadas a la poesía española contó con el asesoramiento y consejo de Barral, Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo.
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Castellet fue el crítico más influyente en la narrativa y en la poesía en castellano durante más de dos décadas (aunque no sé si el mejor, pensando en Antonio Vilanova), entre los cincuenta y los primeros setenta, pero a partir de los últimos años del franquismo su incidencia se ha producido, sobre todo, sobre la cultura y la literatura catalana, con la que se ha sentido identificado. Si la memoria no me falla, el último crítico literario que había tenido un reconocimiento importante (Premio Príncipe de Asturias, miembro de la Academia), había sido Ricardo Gullón. Tal y como están las cosas, el que se reconozca la trayectoria de un crítico, quien ha destacado por sus aciertos, pero no menos por sus errores, es una grata noticia.
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* En la segunda foto aparece con Gil de Biedama, José Agustín Goytisolo y Carlos Barral; y en la tercera, con Juan García Hortelano, Barral, García Márquez, Vargas Llosa y Salvador Clotas.
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¡Arde la nave de los locos!

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Para los curiosos y para los amantes de las estadísticas, diré que el martes pasado este blog tuvo 1.176 descargas; el miércoles llegó a 1.328; y ayer, jueves, se puso en 1.634, que si no me equivoco es el récord. Pero como el contador andaba un poco loco, hasta su definitiva desaparición, sin que nos dieran explicación alguna, a lo mejor resulta que todo es virtual, pura fantasía y todos los comentarios de estos últimos días me los he inventado yo, remedando voces de visitantes y amigos habituales, con lo que yo me llevaría todos los palos, pero también toda la gloria. Nada más, ni nada menos.
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jueves, 18 de noviembre de 2010

Carta de Ángel Zapata con una lata de petróleo para el incendio...

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Queridos/as todos/as:
Hace un año, poco más o menos, me preguntaban en una revista mi opinión sobre el cuento español de hoy. Contesté lo que os transcribo ahora:
“En el espacio del relato breve, es cierto, sobreviven como un eco trémulo ciertas corrientes de escritura reguladas aún por una noción de intensidad, de autenticidad y de exigencia, y ajenas —consecuentemente— a las imposiciones del management editorial y los balances contables. Esto es un hecho. Pero aun así —y tal como ocurre en el entorno de la novela— la ausencia flagrante de cualquier autoconciencia dentro del medio, la adhesión entre infantil y sonámbula a lo más viscoso del imaginario social, el apego angustiado, compulsivo o servil a todos los valores y las prácticas de una sociedad capitalista que se cae a pedazos, arrojan como suma, también aquí, una expresión artística extremadamente pobre, mansa, ensimismada, conformista y banal, muy alejada —y esto es lo importante— de la conmoción y la deflagración sensibles que serían esperables del acto poético, bajo cualquiera de sus formas.
No creo, pues, que el cuento español contemporáneo sea el último rayo de sol en el otoño de Oslo. (Diría más bien que estos destellos es preciso buscarlos cada vez más en espacios distintos al del arte: que es ya cuestión de supervivencia pura el que seamos capaces de reinventar una poética de la vida y de la acción transformadoras). Pero sí pienso, con todo, que algo en el cuento —o más bien en la poesía a la que el cuento sirve de vehículo— podría suministrarnos aún esas lecciones de lucidez, de intensidad y de audacia de las que estamos tan menesterosos, como el Axel de Verne tomaba “lecciones de abismo” para viajar al centro de la tierra”.
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Un día tras otro compruebo lo infundado de estas esperanzas que enunciaba tan tímidamente y con tantas reticencias, ay.
Y un día tras otro, también, se corrobora palabra por palabra el diagnóstico lúgubre del primer párrafo.
Comparto —que es a lo que voy con todo esto— el estupor de Fernando ante las reacciones atrabiliarias y airadas (cuando no abiertamente cazurras) que han suscitado —a estas alturas del tebeo— los “22 dogmas” de La llave de los campos. Y no puedo sino respirar con alivio al leer su explicación del texto, exacta, equilibrada y, en más de un punto, clarividente.
No es preciso añadir nada a sus palabras, desde luego.
Pero sí quiero, no obstante, señalar que buena parte de lo que nos proponíamos con el manifiesto (a saber: abrir una brecha dentro del consenso casi unánime en torno al realismo correoso y mugriento dentro del cuento español) es, a fecha de hoy, una tarea en vías de cumplirse.
En este sentido, lamento (y lo digo de verdad) contradecir al maestro José María Merino cuando no hace mucho, en un texto reproducido en este mismo blog, colocaba todo el cuento español contemporáneo bajo la sombra alargada (y —por qué no decirlo— bastante fúnebre) del realismo.
Obviamente, si partimos de un axioma arbitrario: escritura=realismo, entonces las innumerables variedades de la ficción nos aparecerán como modos o declinaciones de una única matriz realista, pero el precio que pagaremos por ello es que nuestra argumentación quede sujeta a un reglamento fuertemente tautológico (artículo 1°.: toda escritura es realista; artículo 2°.: cuando una escritura no sea realista se aplicará el artículo 1°.)
Tal como yo lo veo, en fin, no todo el monte es realismo (ni nada que se le aproxime) dentro del cuento español de hoy. De hecho, en el momento en que redactamos los “22 dogmas”, los miembros de La llave de los campos ya teníamos como fuente de inspiración al menos dos poéticas que se desviaban vigorosamente del código realista: el expresionismo lírico de Eloy Tizón, y el experimentalismo satírico de Hipólito G. Navarro. Casi seis años después de la difusión de nuestro manifiesto, hay ya tres libros —y ninguno de ellos ha pasado desapercibido— que ilustran en mayor o menor medida la apuesta anti-realista contenida en los “22 dogmas”: Nosotros, todos nosotros, de Víctor García Antón, El otro fuego, de Inés Mendoza, y La vida ausente, al que ya se ha referido Fernando en su entrada (títulos a los habría que añadir Andar por el aire, de Julio Jurado, de inminente aparición). Y hay, además de ello, una voluntad exploratoria, intensamente afín a nuestros planteamientos de entonces, en el trabajo de autores como Matías Candeira, Juan Carlos Márquez o Fernando Cañero.
Profundamente distintos entre sí, todos estos nombres (y algunos otros que se me olvidan, seguro) componen —a mi juicio al menos— una corriente bien diferenciada dentro del cuento, y nada proclive, es obvio, a las comodidades del realismo ni a las inercias de la representación clásica.
¿Hay vida inteligente en el planeta del realismo? Fffffffff… bueno: qué duda cabe de que la hubo; pero a la vista de muchas de las reacciones a las que hemos asistido aquí, la verdad es que me temo lo peor.
Como Fernando ha expuesto perfectamente, los “22 dogmas” enunciaban en tono polémico, en “negativo”, podríamos decir, una propuesta de transformación estética (y dejo aparte el lado político en todo esto que escribo ahora, pues el sesgo y las implicaciones de muchos de los comentarios del blog se califican por sí solos).
Al ser un texto colectivo, no soy quién para “positivar” esos 22 dogmas.
Pero sí me parece, en cambio, que en su conjunto apuestan nítidamente por una reapropiación por parte de la narrativa de la función poética del lenguaje…. Y por una reapropiación radical, desde luego, donde la dimensión poética de la palabra y de la experiencia vuelva a ser el nervio y el detonante de cualquier acto posible de escritura.
Para mí —y esto no puedo dejar de decirlo— esa operación es ya en sí misma un acto político. Y lo es en la medida en que la poesía es de por sí una palabra “en renuncia”, una palabra destituida. No hay de hecho poesía sin la búsqueda de eso que en la cadena significante escapa al orden de la significación, y atestigua —con esa misma pérdida, con esa fuga— la deuda insaldable en que el tener-lugar de la palabra se sostiene con respecto a lo que en ella no tiene ni tendrá nunca lugar… Pues la escritura poética es el decir restituido a su dimensión esencialmente u-tópica: la palabra devuelta a su futuro (a su apertura, a su luminosidad de claro en el bosque), y capaz —por eso mismo— de anunciar.
Escritura —para mí, ya digo (no impongo nada a nadie) — es el relámpago que alumbra ese imposible darse-a-la-vez y comparecer-juntos lo codificado y lo incodificable, lo dicho y lo indecible, lo que tiene forma y lo que es de otro modo que “con forma”: ese misterium coniunctionis en que culminaban las nupcias alquímicas.
También por eso, a la escritura poética le toca responder de aquello que en lo humano no es ni será nunca palabra (y que sólo la visión demasiado restrictiva de cierto psicoanálisis nombraría sumariamente como “pulsión”)... Y aún diría más: le toca responder de eso que en la palabra no termina de ser humano, precisamente porque la palabra “humano” le hace pantalla a una doble escisión: la que aboca esa supuesta “humanidad” al destino de un cuerpo sexuado, al darse de lo humano como hombre o como mujer, por un lado; y por otro a la división de lo humano —consumada a lo largo de la historia— en sujeto y objeto, dominadores y dominados, amos y esclavos.
La escritura poética responde del no-todo (ineludible) de lo humano. Del inacabamiento de lo humano. Y es, en este sentido, un eros encarnado (y un eros de naturaleza utópica), puesto que es la palabra que se sostiene en el lugar de esa escisión.
En esta dirección, el drama de la palabra poética es que en ella retorna eso que en el viviente ha escapado a toda sutura imaginaria y/o simbólica, lo que no ha sido capturado por el Otro (eso que en mí no ha encontrado palabra ni se ha transformado en hablante), y en que retorna, precisamente, como exceso -en el plano de la sensibilidad-, y simultáneamente como falta en el registro del significante. Para eso que retorna, los códigos del Otro no tienen nombre, para lo que en ese momento me desborda no hay imagen...
Y esto hace —tal como yo lo veo— que la operación poética responda a esta tensión justamente en el plano de la promesa: es decir, mediante una reconfiguración significante en la cual algo de lo que ahora me atraviesa se aloja en el lenguaje, se reabsorbe en él (y esto es lo que experimentamos como arrobo en la emoción estética); y algo queda a la vez en suspenso, diferido, circulando como un plus-de-sentido indefinidamente móvil (y esto es lo que en la emoción poética nos trastorna, nos “daña”) por la cadena de los significantes.
Esa desposesión consumada en el discurso poético es justamente la que viene a romper la ecuación lacaniana “discurso=falo”, por medio de un decir que destituye todo significado (y con él toda clausura, toda reificación de la experiencia individual y/o social); y pone en juego inagotablemente —ejecutivamente también— la potencia de una palabra desencadenada, viva: el sentido de la libertad.
Pienso, en suma, que por aquí va la idea de escritura que subyacía/subyace a los “22 dogmas” (aunque no pretendo, ya digo, hablar en nombre del resto de los miembros del grupo).
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Me consta, obviamente, que nada de todo lo dicho os va a quitar el sueño (le hablo ahora a los escaldados por el manifiesto), y que seguiréis escribiendo vuestros cuentos apasionantes sobre lo despeinados que os vuelven los críos de la guardería, lo rica que os sale la paella, y lo mucho que llueve en Donosti, frente a la solanera que cae en Ronda.
Pues nada: cada uno a lo suyo, y que lo disfrutéis con salud.
Afortunadamente, ya digo, hay otras propuestas y otras posiciones dentro del cuento español de hoy, y hay también críticos con el conocimiento y la lucidez suficientes como para hacerse eco de ellas.
Disculpad lo extensísimo de mi intervención.
Y un abrazo ecuménico para todos y todas.
Ángel
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* En la primera foto aparece Marcel Duchamp; en la segunda, de Julian Wasser, 1963, el artista está jugando al ajedrez con la escritora Eve Babitz. Y la tercera es un celebérrimo cuadro de Óscar Domínguez, "La máquina de coser electrosexual", creo que apreciado por Ángel Zapata y presente en su poética.
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miércoles, 17 de noviembre de 2010

El cuento: más leña al fuego...

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Como me parece que no debo soltar esta presa con tanta facilidad, quiero empezar diciendo que en los casi tres años de existencia que tiene ya este blog, donde algunos hemos debido volvernos más locos aún de lo que ya estábamos si cabe, nunca me habían sorprendido tanto las reacciones producidas por una entrada. Pero, ojo, que no me quejo, puesto que los contendientes en juego han sido de primera.
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No sé con qué intención se escribieron estos dogmas, pero sí sé cómo los he leído yo, por lo que voy a intentar explicarlo sucintamente, no para convencer ni rebatir la opinión de nadie, sólo faltaría, sino para que conozcáis mi punto de vista, puesto que no parece coincidir con el de la mayoría de los que han dejado aquí sus comentarios, ya seáis escritores o lectores, si bien me parece que todos sois conocedores de la materia que nos ocupa. Como el debate fundamentado es tan escaso entre nosotros y puede resultar saludable, me pongo a ello, a ver si consigo explicar mi interés y, de paso, cuáles son mis posiciones.
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Nadie escribe un manifiesto, unos dogmas, de broma, para hacer un chiste, sino para dar un aldabonazo y llamar la atención, de manera exagerada, si queréis, pero así acostumbran a ser todos los manifiestos que se precien.
En los prolegómenos de éste se apunta contra la hegemonía de la novela como género imperante, a menudo convertida en una fórmula banal de contar historias, a la manera en que lo hacen algunos telefilmes, sin dejar apenas visibilidad a otros géneros narrativos, pero también contra los autores que acatan los dictados de las editoriales que sólo buscan obtener beneficios económicos con la producción de libros. Por lo que se refiere al cuento, denuncian cierto "realismo de consumo, caduco y caligráfico”, como si estuviera escrito por un Carver que fuera tonto, para entendernos.
Pero quizá lo que más haya molestado sean esos enfáticos “prohibido...”, con los que empiezan numerosos puntos. Por lo demás, y sintetizo, lo que pretenden reivindicar es una idea y una mirada más complejas y menos complacientes sobre la realidad. Acabar con trucos efectistas, que si en un principio pudieron ser necesarios, hoy se han convertido en mera pirotecnia, desde la alteración de la secuencia cronológica, a lo Mulholland Drive (2001), hasta los distintos finales, sean sorpresivos o trágicos, pasando por la utilización de la voz narrativa. Lo que vienen a decirnos, en suma, cuando corría el año 2005, es que ya está bien de echar mano de muletillas y de retórica manida, sea literaria o cinematográfica, del recurso a tramas seudopolicíacas o a cualquier otro género gastado por el abuso, del empleo de procedimientos repetidos una y otra vez hasta la saciedad, como si se usaran por primera vez; y, por lo mismo, que ya está bien de escribir sobre lo que el autor conoce de antemano y no descubre en el proceso de la escritura.
¿Qué posibilidades nos quedan entonces? Pues al escritor le queda hoy lo mismo de lo que siempre ha dispuesto: de un inmenso territorio sobre el que poder construir su obra; la literatura del presente, que siempre tiene que resultar la más exigente.
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Lo demás es literatura..., el énfasis propio del género, y me parece que no merece la pena enredarse en los subrayados ni quedar enredados en ellos. Y si yo he sintetizado bien las auténticas intenciones del manifiesto, admitiréis, queridos amigos, que al menos me sorprendan un tanto vuestras escandalizadas reacciones. Y eso es todo por hoy, que decía Porky Pig trabucándose.
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* Las ilustraciones son de Julie Mehretu.
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martes, 16 de noviembre de 2010

22 dogmas en torno al cuento breve

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Esta proclama se publicó en LaLlaveDeLosCampos.com, a comienzos del 2005, firmada por Ángel Zapata, Julio Jurado, Isabel Cobo, Marisa Mañana, Víctor García Antón, Inés Mendoza y Emi Yagüe. Por su actualidad e interés volvemos a reproducirla aquí.
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"La Llave de los Campos aglutina a un grupo de escritores de cuentos, opuestos a la devastadora “normalización” de los usos y las prácticas en la escritura de ficciones, bajo el género hegemónico, históricamente regresivo -y cada día más excluyente- de la novela.
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"Denunciamos -en este sentido- el carácter uniforme, formulario, mecánico, conformista, banal, acrítico y profundamente imbécil de la mayoría de los productos editoriales que bajo el nombre de “novelas” renuevan cada mes la oferta del mercado.
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"Denunciamos la degradación de la novela a una variante escrita del telefilme. Denunciamos la conversión de la narrativa -a manos de los trusts editoriales- en un arma de docilización masiva.
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"Y denunciamos, por extensión, a los autores que se pliegan igual que niños obedientes a esta mistificación indigna, con la esperanza de constar -méritos no les faltan- en la lista de “los más vendidos”.
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"Dentro del territorio que nos es propio -el cuento-, deseamos, por lo mismo, desterrar de una vez el realismo de consumo, caduco y caligráfico, que no ha sido tocado por la crisis de la Modernidad, la invención insurgente, el coraje de la exploración y el norte irrenunciable de la utopía; y a este fín, enunciamos de un modo dogmático, y con carácter apremiante, las siguientes medidas de higiene estética:
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1. Prohibido escribir historias basadas en hechos reales.
2. La verosimilitud de un cuento no deberá apoyarse en su supuesta “semejanza” con la realidad, sino en la coherencia interna -discursiva y/o estructural- del texto. (Declaramos pieza de museo la narración figurativa. Escupimos sobre la tumba del realismo).
3. Prohibido alterar la secuencia cronológica del argumento con el fin de reforzar su interés.
4. Prohibido dotar a la historia de un atractivo pueril, que dependa del escamoteo o la dosificación “estratégica” de información.
5. Prohibidos los finales sorpresivos. Los finales felices. Los finales trágicos. Los finales demasiado concluyentes.
6. Terminantemente prohibida cualquier historia apuntalada sobre una trama policial.
7. El enunciador del texto -narrador o personaje- manifestará siempre su distancia (mediante la ironía, la incertidumbre, la intromisión reflexiva o de cualquier otra manera) con respecto a los hechos que narra.
8. El cuento deberá mostrar su carácter de representación discursiva. La escritura habrá de tener intensidad, volumen, desfallecimientos, grietas. El cuento no debe querer decir algo. Debe querer decir.
9. Prohibido escribir como habría escrito Carver, si hubiera sido idiota.
10. Prohibido escribir de una manera “cinematográfica”.
11. Prohibido escribir de lo que no se conoce. Prohibido escribir de lo que se conoce.
12. La escritura de un cuento deberá transparentar sus influencias.
13. Prohibida la “inocencia” (moral, política, histórica, estética, etc.).
14. Prohibida la melancolía.
15. Prohibidos los relatos protagonizados por “víctimas” (mendigos, vagabundos, oficinistas aburridos, amas de casa frustradas, presuntos niños del tercer mundo, putas de buen corazón…).
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16. Prohibido el casticismo. Prohibido el tono solemne.
17. Prohibida la estereoscopía.
18. Prohibido escribir bajo los efectos del alcohol o las drogas (Prohibido supeditar la ebriedad y el trance a algo distinto del propio acto de escribir).
19. Prohibido escribir un cuento cuando el autor ya conozca de antemano el final. Prohibida la premeditación. El relato es la huella que deja una deriva.
20. El cuento deberá sustraerse a cualquier utilidad (didáctica, doctrinal, comercial, de entretenimiento, etc.)
21. Prohibidos los cuentos de género (terror, romántico, viajes…). Prohibidos los cuentos ingeniosos.
22. Prohibido escribir cuentos cuyo argumento pueda contarse fácilmente.
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* Los cuadros son del pintor colombiano Alejandro Obregón.
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lunes, 15 de noviembre de 2010

Fiesta alternativa en la universidad

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Lo de andar lejos de Barcelona tiene alguna ventaja, no voy a negarlo, pero me produce a la vez graves inconvenientes. Así, por ejemplo, me he perdido la visita del Papa a Barcelona, que podía haber seguido casi desde el balcón de mi piso, desde donde puedo ver un trocito de la Sagrada Familia; pero sobre todo me he perdido, y eso sí que lo siento, la llamada Fiesta Alternativa de mi universidad. El balance provisional, hasta ahora, del evento, según la vicerrectora del ramo (traduzco del catalán porque mi universidad no utiliza el castellano, aunque para otro vicerrector, recordar estas cosas significa, fino que es él, "mear fuera de tiesto"), la prosa es suya, es el siguiente:
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"La fiesta acabó, aproximadamente, a les 7,30 de la mañana. Los asistentes llegaron a ser alrededor de 10.000, hacia las 21 horas, en los momentos de máxima afluencia. A partir de entonces, la presencia de gente disminuyó progresivamente (para que os hagáis una idea, hacia las 2 de la madrugada había unas 2.000 personas en el campus).
Los peores efectos han sido los daños personales. Se produjeron unas 30 intoxicaciones por consumo de alcohol y drogas (ninguno va a necesitar hospitalización); seis agresiones (fruto de peleas); un apuñalamiento (no es grave y no se trata de un estudiante de la UAB) y un intento
de agresión sexual (el agresor va a ser detenido por los mossos). Un chico se cayó y fue trasladado en ambulancia primero al Parque Taulí y después al hospital de Vall d'Hebron (su estado es grave y aún no sabemos si es estudiante de la UAB).
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Entre los daños materiales, toneladas de basura aparte, hay que destacar los 4 o 5 extintores del Edificio B vaciados y algunos cristales, ventanas y puertas rotas. La fiesta se concentró en la plaza Cívica y en el Eje Norte, mientras que el resto del campus se mantuvo bastante vacío. Los restos de cristales rotos se recogieron ayer mismo y el resto de la basura será recogido durante el fin de semana. A la vista de las consecuencias, el equipo de gobierno se reafirma en los peligros de seguridad, impacto mediambiental y económico que trae consigo la Fiesta, y que ya se explicaron en su momento. Seguiremos trabajando para acabar con este problema, que deja malparada la imagen de nuestra universidad y crea problemas a los miembros de la comunidad universitaria.
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Ahora ya sabemos qué es una fiesta alternativa y los académicos pueden tomar nota para su futura definición. El informe de la vicerrectora parece hecho con tan mala gana y de manera tan formularia, que quedará archivado para siempre, sin que apenas nadie lo lea ni le preste atención alguna. Así suelen ser y así suelen hacerse las cosas en nuestras universidades.
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* La foto es de Eulàlia Valldosera.
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domingo, 14 de noviembre de 2010

DIEGO MUÑOZ VALENZUELA, 2

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"El masoquista de las organizaciones"
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Así como existió el sádico de las organizaciones, también hubo un masoquista de ellas.
Cuando el masoquista de las organizaciones advertía que alguna estaba por entrar en una grave crisis, dolorosa y letal, buscaba con desesperación la forma de integrarse a ella.
Como las organizaciones terminales suelen estar carentes de personas –la gente huyen al detectar la defunción próxima- solían recibir al masoquista con honores.
Ya allí, buscaba las peores posiciones, las más riesgosas y confrontacionales. Sufría horrores y así obtenía placer desmedido.
Cuando todo sucumbía, empezaba de nuevo el ciclo. Con el tiempo, el sádico y el masoquista de las organizaciones se conocieron. Era inevitable. Formaron una alianza indestructible.
Ahí están, gozando lo indecible.
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"El sádico de las organizaciones"
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Con el secreto propósito de destruirlas desde sus cimientos más profundos, el sádico de las organizaciones desplegaba un florilegio de ofertas de apoyo que prometían esplendores futuros de una magnificencia exquisita. Ofrecía una variedad de tipos de consultoría que fortalecerían las estructuras organizacionales, renovarían sus modos de trabajo, amplificarían infinitamente la responsabilidad y las habilidades de sus integrantes, y elevarían el compromiso y el liderazgo a niveles inimaginables.
El resultado, por cierto, era el opuesto. El sádico de las organizaciones se complacía en contemplar –tras sus funestas intervenciones- como las instituciones que seguían sus consejos se encaminaban inexorablemente a un conjunto de luchas fratricidas para caer en un caos financiero terminal. Gozaba intensamente disfrazándose para acudir a las postreras reuniones donde se planteaban –fútilmente- posibles soluciones impracticables.
Al salir de allí –recargado de maligna energía- concurría a ofrecer sus servicios a alguna organización incauta que cediera ante sus cantos de sirena.
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* En la foto de Gemma Pellicer, tomada en Bogotá, aparecen los escritores Lilian Elphick, Diego Muñoz Valenzuela y Juan Romagnoli.
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