martes, 27 de septiembre de 2011

De lugares y no lugares


La estación de Chamartín es uno de esos no lugares de los que habla Marc Augé. Me reservan un hotel junto a la vieja estación. Las habitaciones son amplias y luminosas, pero cada vez que se abre o se cierra una puerta en el piso se oye en todas las habitaciones, los viernes por la noche en la explanada que rodea al hotel toca botellón, pero lo peor es que en sus largos pasillos parece haberse rodado El resplandor, la película de Kubrick. Una amiga me comenta que allí estuvo hospedado el escritor Roberto Bolaño, quien al verse en un lugar tan peculiar se indignó como solo él sabía hacerlo. La verdad es que el hotel está muy bien comunicado, puesto que se encuentra en el mismo edificio que ocupan la estación de ferrocarril y la del metro, y pasan autobuses que te llevan al centro de la ciudad, pero no se llega en menos de 45 minutos, lo que en términos españoles me parece que queda bastante lejos.   

Cojo el metro, me siento entre un tipo que toma nota en un cuaderno y una mujer que estudia un informe sobre maquillaje, mientras que otro individuo, ayudado por un micrófono, se tira tres paradas cantándonos que quiere tener un millón de amigos y no sé qué de un gato que creo recordar que estaba triste y era azul... Me voy al Prado a ver la exposición sobre el origen de la pintura paisajística en Roma, durante el siglo XVII, y el cuadro de Picasso que procede del Pushkin, "El acróbata de la bola". En la librería me encuentro con Yvars, el crítico de arte, y charlamos un momento. Se queja, con razón, de que en un libro colectivo publicado recientemente en España, sobre un tema de arte clásico, no aparezca ni un solo crítico español, y con no menos razón se lamenta de que no haya en la librería del museo ni uno solo de sus libros. A la salida, tras comprar un par de libros que ya tenía, aunque no lo recordaba, me siento y me quedo observando a un niño de un año que se ha quedado embelesado viendo a un señor que toca con la guitarra "Alfonsina y el mar", mientras sus padres esperan que acabe la canción para entrar en el museo. Junto a mí, un individuo disfrazado de Eduardo Manostijeras, les hace solemnes reverencias a las gentes que se hacen fotos con él y le dejan unas monedas, aunque ni siquiera esperan a ver el gesto de agradecimiento que les dedica el personaje. Una japonesa con un parasol anda de allá para acá, perdida, mientras un anciano, sentado a mi derecha, intenta hacerles una foto a todos los bichos raros que se mueven a nuestro alredededor, aunque la palma se la lleva un grupo de italianos chillones, valga la redundancia, en dura competencia con un par de nativos que, girando una y otra vez sobre su propio eje, como derviches giróvagos, parlotean con el móvil.
...

La rueda del mundo sigue girando, así que me encamino hacia la Thyssen para ver la exposición de Antonio López. Las entradas ya están agotadas, pero la misma amiga de antes ha logrado que alguien me cuele. Ante los tres primeros cuadros se agrupan cien personas, pero luego se puede ver con tranquilidad, sin agobios. Maravillosa exposición: uno no sabe qué le gusta más: si los cuadros inacabados, las esculturas o los dibujos que le sirvieron de preparación para pintar esos cuadros. Me siento plácidamente a ver el documental. La gente lo sigue atenta en una atmósfera de devoción, y yo salgo del museo pensando que, por una vez, el mundo parece bien hecho.
   

10 comentarios:

Pedro Herrero dijo...

Que el mundo está bien hecho no es la conclusión que yo saco al contemplar la obra de Antonio López. Puede que lo esté, puede que no lo esté. Lo que sí me queda claro (vamos, clarísimo) es que el Universo no se hizo en sólo siete días. Si de López hubiera dependido, a estas alturas todavía quedarían zonas abocetadas, espacios en blanco y negro, valles enteros pendientes de recibir los últimos tonos.

Muy conocida es la anécdota de que una pareja de novios encargó a este famoso pintor un cuadro, con motivo de su boda. Y que, para cuando López dio la pintura por acabada, la pareja ya se había divorciado. Entonces (de eso ya no estoy tan seguro) creo que la señora dijo que se quedaba con el lienzo, siempre que borrara de él a su exmarido.

Aprovecho para felicitarte, Fernando. Tu idea de convocar crónicas viajeras está poniendo al alcance de tus lectores pasajes de gran belleza, narrados con enorme sensibilidad. Celebro que a esa colección sumes tu punto de vista, captado en este viaje relámpago. Y a falta de poder degustar en directo los cuadros de Antonio López (de verdad, qué envidia), me alegro de que hayan cerrado en torno a ti ese círculo de bienestar que tanto se agradece al salir de un museo.

Nicolás Jarque dijo...

Fernando, sólo puedo decir que me encanta cuando relatas tu cotidianidad. Estos episodios de tu vida, con esa mirada tan personal. Consigues que el lector viaje contigo, parece tarea fácil, pero no lo es.
Un abrazo.

Isabel Mercadé dijo...

Me gustan mucho tus crónicas, Fernando. Creo que ya te lo he dicho en otras ocasiones... y qué envidia esas exposiciones, sobre todo la de Antonio López!

Miguel A. Zapata dijo...

No sé si el mundo está o no bien hecho, pero que podemos llegar a modelarlo con delicadeza una de esas tardes de las que hablas es una verdad como un templo. De la exposición de López me quedo casi (por desconocimiento) con esos estudios escultóricos de cabezas de bebé en materiales a veces inverosímiles, y me planteo la genialidad estatuaria del artista por encima incluso de su reconocido talento pictórico. ¿Y qué tal esa primera etapa metafísico-simbólica tan alejada de sus lienzos de Gran Vías y sus Vallecas?

De toda la jornada que has plasmado, Fernando, quizá lo más genuino, por naïf y poético, es ese Eduardo Manostijeras lanzando su agradecimiento al aire grosero de los oferentes de monedas, que ya no lo ven: pura alegoría de este tiempo.

Abrazos.

Fernando Valls dijo...

Muchas gracias, Pedro, Nicolás, Bel y Miguel Ángel, y saludos.

Arte Pun dijo...

Me ha gustado mucho tu relato. Es ameno, y cuentas situaciones muy dispares, y a todas das cabida manteniendo el interés del lector.

Nada que ver con el tostón que me recomendaste leer de "Viaje con Clara por Alemania" de Fernando Aramburu. Que ya comentaré algo mejor cuando lo termine...

Saludos

Fernando Valls dijo...

Eres mu amable Arte Pun, pero los viajes de Aramburu y los micros viajes míos, están a la misma distancia que el Barça y el Vitigudino... El libro de Aramburu no sólo me parece excelente sino también muy ameno. Lo mío es cosa de pasar el rato y no aburrir demasiado, y con eso me conformo. Saludos.

sigma dijo...

Pues fuí Madrid y como no estaba dispuesta a pasar el día haciendo cola, y menos para entrar a una temporal del Thyssen, con espacio pequeños, techos bajos y masas de personas conducidos como borregos por la inercia general y apiñados delante de cada obra, no he podido ver la exposición de Antonio López, y no sé si es malo atreverme a decir, sin miedo a ser crucificada por esta opinión, que no me entusiasma la obra de Antonio López, admiro obviamente su talento técnico, y en ciertas obras su realismo poético,que por cierto si fuese una mujer ya la habrían etiquetado. Sus esculturas, en cambio. tienen algo de morbidez que me conmueve mucho más allá de su mera apariencia.
En fín, que prefiero ir al Thyssen a ver dos maravillos paisajes de Emil Nolde que están en la primera planta y que nunca hay nadie mirándolos.

Fernando Valls dijo...

Loli, te lo perdono porque eres mi hermana, que si no...
Pero no solo de Nolde vive el aficionado a la pintura y con el museo de Berlín tenemos ración suficiente. Besos desde Santiago de Compostela-

Fernando Valls dijo...

Gracias a un anónimo comunicante que me llama la atención sobre un error en la entrada que ya he corregido.