lunes, 5 de mayo de 2014

`Brilla, mar del Edén´, de Andrés Ibáñez

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EL OÍDO SIN PÁRPADO
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Esta excelente y amena novela, Brilla, mar del Edén (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2014),  empieza como un relato de aventuras, con la lucha por la supervivencia, en la misteriosa Isla de las Voces, donde se entremezclan sueño y realidad, y cuyos antecedentes literarios podrían ser el Decameron, La tempestad y El señor de las moscas, de William Golding, o la versión cinematográfica de Peter Brook. Con todo, el relato se alimenta de fuentes muy diversas: las leyendas sobre el Triángulo de las Bermudas o las ideas de Lobsang Rampa y Carlos Castaneda. Se trata de un espacio en el que residen de forma simultánea unos aborígenes polinesios (los Wamani), anacrónicos guerrilleros comunistas, los restos de un experimento científico y una especie de comuna orientalista, hasta confluir las diversas tramas en una historia de amor, en la búsqueda de la felicidad. También llama la atención la semejanza con algunos aspectos de la teleserie Perdidos, aunque las coincidencias sean meramente anecdóticas. No en balde, se produce un accidente de avión y unos cien pasajeros se quedan atrapados en una extraña isla que parece tener vida propia, y donde un hombre recupera las piernas que había perdido; amén del horror que supone descubrir a otros habitantes, enfrentarse a ellos.
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Habría que destacar el importante papel que desempeña la lengua, un castellano sobrio, en algunos tramos cargado de lirismo, como aquella tan eficaz de la que se vale Jovellanos para describir los alrededores del castillo de Bellver. La novela está contada en primera persona por Juan Barbarin, profesor español de música en los Estados Unidos, quien a veces se desdobla, anticipa la acción e incluso confiesa estar escribiendo sus “memorias” (p. 323). Uno de los mayores aciertos estriba en que consigue equilibrar la trama y el discurso, la acción y la reflexión. El narrador contrapone a los personajes racionales con los soñadores, a los reflexivos frente a los seres de acción, a los defensores del bien y los del mal. Pero a veces le cede la voz a otros, como Wade, un Kurtz bendito, como lo define, quizá junto a Juan el personaje más atractivo y el que acaba mimetizándose con la isla; o bien al japonés Noboru y el mexicano Óscar Panero, quien cuenta la historia de Xóchilt. Se trataría de tres novelas intercaladas (e incluso hay una cuarta historia, la de la isla, que nos llega a través de un vídeo), de las cuales prefiero la primera y la última, narradas de manera muy distinta, pues mientras Wade cuenta su vida, la de Xóchilt nos llega por persona interpuesta, remedando el español de México, como un homenaje a 2666, la novela inacabada de Roberto Bolaño, que aparece en la isla entre los náufragos. En cualquier caso, cabe señalar las hilarantes conversaciones de Wade, entonces un mecánico de coches, con Salinger y Pynchon, a los que Andrés Ibáñez trata con provocativa irreverencia.
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No menos importancia adquieren las distintas geografías que confluyen: la playa tropical, la selva, las montañas o el volcán. Y aunque se trate de una isla plagada de sorpresas, a la que se accede difícilmente y de la que resulta casi imposible salir, la percibimos como abierta. El narrador, además, detiene su mirada en los cielos y el mar, y se regodea en la flora y la fauna, cuyos nombres paladeamos con gusto, porque atesoran cierta musicalidad.      
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Novela de sentimientos y pasiones, en ella el amor (Juan se enamora de diversas mujeres que aparecen en escena, incluso -como don Giovanni y Jardiel Poncela- compone una lista de sus ligues en USA), la amistad, el erotismo, el odio, la desconfianza, el placer y el dolor están a menudo presentes, sin olvidar el humor. Además, la novela supura culturalismo, no solo por el protagonismo de Bruckner, de su extraordinaria Octava sinfonía, sino también por las constantes referencias a pintores, escritores, músicos, científicos, pensadores y charlatanes de diverso pelaje. En este terreno, lo que aquí se denomina “el mundo espiritual” (el yoga, la meditación, etc.), influye en la configuración de algunos personajes, y resulta bien traído y dosificado, en general, en la trama.
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En esta historia cervantina, contraria a la fe ciega en creencias e ideologías, se postula una recuperación de la cultura humanística y de la convivencia armoniosa con la naturaleza y con el resto de los humanos; una reconquista de la libertad. Y en la línea de Vargas Llosa o Juan José Sebreli, cuestiona diversos postulados del estructuralismo, como la idealización del pensamiento salvaje, o cierta arrogancia de las vanguardias. 
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Puesto que todos los que presumen de estar en el secreto de las cosas parecen convencidos de que hoy Shakespeare sería guionista de televisión, acaso sea esta la novela que -de haber podido- les hubiera gustado escribir a los autores de las series actuales de mayor éxito. 
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* Esta reseña apareció publicada en el suplemento Babelia del diario El País el viernes, 18 de abril del 2014. 
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3 comentarios:

carmen peire dijo...

Vale, iré a la presentación el jueves en Madrid y la compraré. No hay nada como una buena reseña para lanzarte a por un libro. Gracias de nuevo, Fernando.

Isabel Cienfuegos dijo...

Me ha gustado muchísimo la reseña, logra captar y trasmitir lo fundamental de un libro complejísimo y muy muy hermoso

Fernando Valls dijo...

Gracias, Carmen, Isabel. Saludos.