miércoles, 29 de julio de 2015

La literatura oral en `Quimera´

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Se queja Fernando Clemot en su muro de que en un programa de radio llamado "La estación azul" dedicado a las revistas literarias, no se haga mención a Quimera, de la que es director. Lo que quizá no sepa Clemot es que ese programa ha cambiado su nombre adoptando otro más apropiado: "En el limbo"...
La literatura oral es el tema de su número doble de verano, en el que se repasa los orígenes y la presencia de lo oral en la literatura, con la colaboración estrella de Pablo Jauralde, a quien se le va un poco la mano en su hachazo a la Academia y a uno de sus exdirectores. Se centra, sobre todo, en la poesía, pero en la narrativa también se ha producido en las últimas décadas una gran influencia de los relatos orales en la escritura, como puede observarse en la obra de Antonio Pereira, José María Merino, Luis Mateo Díez o el más joven pero también sobresaliente Pablo Andrés Escapa.  
Del resto me quedo con las entrevistas a Luis Goytisolo y la joven Raquel Taranilla, autora de Mi cuerpo también, publicado por Los Libros del Lince. También me gustan los poemas de Chus Pato, traducidos del gallego por Ana Gorría, y los microrrelatos tanto del mexicano Felipe Garrido como de Manuel Moya, que ocupan las páginas de creacción  Un interés que se mantiene en el artículo sobre la siempre inquietante Angélica Lidell, obra de Ruth Vilar, y en el relato de un viaje a Praga, de Álex Chico.
La víctima del número es José Luis Gärtner, autor de un artículo lleno de obviedades sobre La casa de Bernarda Alba, aunque eso sí, rabiosamente feminista, cuyo libro Geografías apócrifas recibe además una dura crítica de David Aliaga. Del resto de las reseñas destacaría las de Ángel Zapata y Fernando Clemot a libros de Javier Sagarna y Luis Magrinyà, respectivamente. Por cierto, el libro de Magrinyà debería ser lectura obligatoria, con perdón, para todos aquellos que se dedican a la escritura, pues su asimilación evitaría mucha retórica hueca. Lo que menos me gusta, si nos olvidamos del trabajo escolar sobre Lorca, son esas dos páginas finales que dedican a recomendar libros y discos. Me parecen un desperdicio. Hubiera sido de mayor utilidad un par de reseñas más.
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domingo, 26 de julio de 2015

`Estaciones de paso´, y 2, de Ricardo Álamo

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Descorazona saber que el amor paternal es una pasión violenta, insaciable y generalmente estéril, pues rara vez es pagado de vuelta. Pero esto es la vida, un paisaje en que los sentimientos más grandes se empequeñecen, se pierden.
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Siempre la misma impresión de que en un aeropuerto hay más mujeres guapas que por ejemplo… en una estación de trenes o de autobuses.
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Lo peor de todo no es no llegar a escribir nunca una gran novela, un gran relato. Lo peor de todo es no llegar nunca a leerlos.
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Lo mejor de algunos días es que uno puede asomarse al balcón y contemplar un cuadro de cielo costumbrista que en una esquina del aire rubrica el garabato anónimo de un nubarrón.
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Escatológica: uno, a veces, a medias por saberse aburrido en un día como hoy, y porque tiene que llenar con algo este cuaderno, se pone a pensar, a darle vueltas a la manivela de la noria de la conciencia hasta que descubre, de pronto, que la lengua española nunca ha estado muy convencida de la palabra con que nos referimos a nuestras necesidades más íntimas. El propio término “necesidad” no acaba de parecernos justo, preciso. (Por haber, hay hasta necesidades primarias y secundarias). En la literatura apenas encuentra uno referencias explícitas al acto en cuestión. Así que hay que conformarse con lo que escuchamos –iba a decir a diario, pero mejor no, porque, como en la literatura, las referencias explícitas también menudean-. No sabría decir dónde, cuándo, a quién, pero me vienen a la memoria expresiones como deposición, defecación, hacer de vientre, cagar. Conozco otras, pero no vale la pena hacer la lista. Traigo esto aquí, en realidad, para agradecerle a mi padre que me enseñara a decir lo mismo de antes de una manera insuperable: obrar. Desde niño se lo vengo escuchando, y desde niño estoy acostumbrado a saber que en la vida todos estamos ocupados unos minutos al día en la consagración solitaria e íntima de hacer nuestras obras completas, que visto cómo anda el mundo parecen ser lo que son: una gran mierda colectiva.
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* La obra es de Francesco Clemente.
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jueves, 23 de julio de 2015

Piropo a Eduardo Mendoza

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Se queja Eduardo Mendoza de que cada vez que saca una novela nueva le digan que La verdad sobre el caso Savolta, la primera que publicó, en 1975, era mejor. Y es probable que sea así; pero de lo que en realidad nos quejamos algunos -y el periodista que le hace la entrevista tendría que haber tenido los suficientes reflejos para habérselo planteado- es de que un narrador de tantísimo talento como es Mendoza, autor de otra novela no menos extraordinaria, La ciudad de los prodigios, haya perdido el tiempo escribiendo algunas obras tan flojuchas, de tan escasa sustacia. En eso consiste nuestra decepción, en realidad un elogio de sus mejores obras. En suma, que con un Gurb, divertídísima narración, era suficiente.
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martes, 21 de julio de 2015

`Estaciones de paso´, 1, de Ricardo Alamo

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Dice Lobo Antunes que la literatura no se enseña pero se aprende. Tal vez. Para casi todas las cuestiones importantes de la vida podría aplicarse esta sentencia. O no. Que un escritor pondere algo viene a ser tanto como que otro escritor le enmiende la plana afirmando lo contrario. Así lo pensaba Augusto Monterroso cuando dejó escrito que  "los escritores no siempre se alegran mucho de ver elogiados a sus colegas. Lo contrario suele ser lo común". Lucha por la existencia, lucha por ganar las páginas de los libros de historia de la literatura. O por figurar en un lugar destacado en los salones de la sociedad literaria. En esto último, los verdaderamente grandes fueron los moralistas franceses del dieciocho. Ahí estaban Joubert ("un gran número de libros hace perder el gusto de leerlos y mata el placer"), La Rochefoucauld ("a menudo perdonamos a quienes nos aburren, pero no podemos perdonar a quienes nosotros aburrimos"), Voltaire ("sólo los idiotas no se contradicen tres o cuatro veces al día").
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En resumen, nada del todo rotundo podemos aprender de algo que en realidad no pude enseñarse. Pensar lo contrario sería pasar por ingenuo. ¿O es que a estas alturas hay alguien convencido de que leyendo se aprende a vivir? "La literatura y la vida guardan a veces la misma relación que el interruptor y la vida; es decir, que oprimes la vida y se enciende la literatura" (Juan José Millás).
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¿Por qué se lee entonces? O mejor aún, ¿por qué se escribe? En puridad deberían ser los propios escritores quienes nos contestasen con absoluta rotundidad, pero ya sabemos que la gama de respuestas es infinita. Tolstoi decía que su objetivo era la gloria literaria; Roberto Bolaño afirmaba que escribía para no gustar; y Cervantes aseguraba que no hay libro tan malo que no contenga algo bueno. Los motivos de la escritura son, pues, inescrutables, como los de la vida. De manera que escribir, leer, seguirá siendo un misterio más por descifrar, como vivir. Hay quien, como Juan Bonilla, apunta una posibilidad más a la hora de intentar entender las razones de escribir. Tal vez de todas las que he leído es la más desconcertante y a la vez la más literaria, porque según él los libros no se escriben para ser leídos sino para que ellos nos lean a nosotros, y, mientras los leemos, los libros nos escriben y nos convierten en personajes suyos, alimentando nuestra biografía, porque un libro importante no se conforma con ser una lectura sino que logra alzarse a la condición de suceso biográfico y entra, así, a formar parte de nosotros mismos como un episodio más de nuestra existencia. Leer sería, entonces, una comunión entre la ficción y la realidad. Y entrar en las páginas de un libro equivaldría a entrar en los rincones desconocidos de uno mismo.
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"Cualquier relato, el menor relato, modifica la vida" (Arcadi Espada). He aquí, en fin, el mejor modo de reivindicar la lectura. Si no sabemos para qué se escribe, al menos nos queda el consuelo de esperar contentarnos con leer para dejar de ser quienes creemos que somos y ser, paradójicamente, pura literatura. Abramos, pues, las páginas de un buen libro para que sea él quien nos lea. Quizá nos acabe diciendo lo que nosotros mismos nos decimos a diario. O quizá no. Todo es posible.
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El cansancio –físico y mental- es ese estado de sitio que irrumpe de pronto, un amanecer cualquiera, para acabar con los excesos y las disipaciones a que sometemos al cuerpo con el tabaco, la ausencia de ejercicio físico y algunas dosis de vida burguesa. El cansancio es un estado de sitio que como todos los estados de sitio sólo pretende durar el tiempo necesario –provisional- para restaurar la condición perdida del cuerpo. Una vez logrado su propósito –apartarnos del tabaco, la rutina y la dejadez- desaparece. El cuerpo entonces puede hacerse otra vez republicano, que es la forma primera para volverse anárquico, que a su vez es la forma indirecta para hacerlo autoritario, ordenado, golpista…
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* Estaciones de paso, de Ricardo Álamo, ha aparecido en la colección Los libros del estraperlo, de la Editorial Crecida, de Ayamonte (Huelva).
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sábado, 18 de julio de 2015

¿Por qué escribe un escritor?, y 2, por Enrique Jaramillo Levi

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................II
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LA  OTRA  CARA  DE  LA  MONEDA
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Escribir puede entrañar una suerte de ritual autorregulado cuando las palabras modelan ritmos y tonalidades propias en un proceso que se despliega de forma fluida, continua, consistente, con una gracia singular que pareciera alimentarse a sí misma, o mediante  una sostenida intensidad que sugiere absoluto control del lenguaje y de las ideas, aunque sean estos los que en realidad vayan llevando de la mano a las secuencias del texto en los mejores momentos de su plasmación.
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Lo contrario es cuando la creatividad avanza lentamente o a trancos porque la inspiración, dispersa o inexistente en un momento dado, hace decrecer la continuidad de la escritura o incluso, a ratos, se estanca haciendo al autor perder la más elemental armonía interna y, como consecuencia, su sentido de dirección. En este punto, doy por sentado que eso que ha dado en llamarse “inspiración” en verdad existe, por más que no resulte fácil examinar con absoluta verosimilitud su procedencia ni mucho menos la fiabilidad de sus constantes.
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Así, en una suerte de acto de fe, simplemente sabemos que existe no sólo porque la sentimos actuar sino debido a que vemos sus resultados y, como un hecho intelectual o artísticamente palpable, lo aceptamos. Es decir, independientemente de explicaciones sicologistas o sociológicamente orientadas, en los artistas –y todo auténtico escritor lo es— ocurre este fenómeno misterioso o enigmático de a menudo poder gozar de fuentes imprevisibles de afortunada incentivación que les permiten expresarse mediante determinadas rachas o accesos inescrutables de ocurrencias creativas que, en casos extremos, pueden lindar incluso en la genialidad.
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De ambas circunstancias está hecha la manera en que la creación literaria articula su modo muy particular de expresarse, según el estilo y las necesidades muy particulares de cada escritor. Hablo, por supuesto, de autores que no son novatos: de los que ya tienen cierta experiencia creando textos literarios. Escritores cuyo proceder les viene de un genuino talento que no se les oculta, y cuyas metas pueden o no estar claras desde el inicio pero que siempre toman muy en serio su irrenunciable gusto por la escritura y un impostergable deseo de auscultar las entretelas del mundo y, sin duda, de indagarse a sí mismos.
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Para este tipo de escritor, no hay oscuridad ni territorios vedados que valgan: todo lo cuestionan, lo transgreden, lo investigan, lo documentan, lo digieren y terminan transformando en la materia prima de obras que podrían resultar memorables sabiéndolas articular de forma original, diferente, llámense novelas, cuentos, obras teatrales, poemas o ensayos. La experiencia más nimia, la más trivial, la más efímera o la más mundana o vulgar puede saltar de su opacidad, de su aparente intrascendencia, para formar parte de un todo más integrado, más completo, menos invisible para el común de las gentes: para convertirse en vivencia encarnada, hálito vital que trasciende su anterior invisibilidad coyuntural hasta crecerse haciéndose fuerte como parte significativa  de la vida.
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Pero resulta que también ocurren períodos, largos o cortos, a veces permanentes, en los que el escritor se topa con una estrujante esterilidad literaria que lo mantiene seco, inhóspito consigo mismo y con la vida, de tal manera que le resulta imposible producir. En tales circunstancias, carente de creatividad, no hay manera de irrigar el páramo de esa sequía, y lo invade una frustrante sensación de desasosiego y a veces de rabia. Ocurre entonces que o no escribe en absoluto, o lo que escribe es malo, torpe, repetitivo y peligrosamente inapetente, y lo sabe. Y como consecuencia nace una inclinación a la inercia o, peor todavía, un deseo abierto o solapado hacia la autodestrucción.
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También sucede la variante de que quien escribe con cierta asiduidad, satisfecho o no de su producción literaria, siendo una persona responsable y por tanto muy exigente consigo mismo, en algún momento se pregunta qué sentido tiene hacerlo. Se lo pregunta genuinamente, dudando del sentido profundo de escribir, llegando incluso no pocas veces a restarle valor, sentido. En tales casos, no es infrecuente que lo que produce le parezca de poco o nulo valor. Y esa sensación de creciente incertidumbre puede llegar a convertirse en un auténtico fastidio existencial que frena toda creatividad y drena sus reservas espirituales hasta límites francamente castrantes.
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Se trata, pues, en un caso u otro, de la otra cara de la moneda; esa en que no sólo no hay fluidez literaria alguna como parte de un proceso nulo de creatividad en marcha, sino que la escritura misma, al no producirse ya, termina muriendo en su cuna. O incluso antes, en el alma misma del creador, al no poder ser fecundada por su ya desfalleciente deseo de superación, por la pérdida total de su identidad de escritor.
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Muchos son los creadores que, en tales circunstancias, se dan por vencidos, dejan por completo de escribir y, a veces, hasta pueden terminar suicidándose. Y es que en ellos vida y creación literaria no pueden separarse: son una misma honda, sinuosa vivencia. Una vivencia tan entrañable y única e intransferible que, al anularse el entusiasmo y la fecundidad, ya no tiene razón de existir.
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Panamá, 22 de marzo de 2015
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* El cuadro es de Wifredo Lam.
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jueves, 16 de julio de 2015

¿Por qué escribe un escritor?, 1, por Enrique Jaramillo Levi

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¿POR QUÉ ESCRIBE UN ESCRITOR?
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A menudo se ha dicho que el mundo –sobre todo las cosas que en él ocurren a los seres humanos— es inescrutable. Lo cual apunta al concepto de lo enigmático, aquello que por extraño o impredecible no se puede anticipar. Y quien dice anticipar dice entender. Comprender. Es decir, el mundo estaría más allá de nuestra capacidad de su desciframiento.
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Pero como por lo general los escritores somos más bien rebeldes y algo osados y nada asiduos a la conformidad intelectual ante los desafíos de las situaciones externas y los recovecos más resistentes del alma, esos que no se dejan auscultar o que, permitiéndolo, no arrojan resultados satisfactorios, entonces indagan, reflexionan, escriben y, en el proceso, continúan cuestionando cada inflexión, cada matiz, cada contradicción y cada área oscura de la vida y,  de paso, de los seres humanos.
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En ese sentido, se escribe para comprender, para saber. Y aunque nunca se logre del todo, está demostrado que una adecuada e irrepetible combinación de intuición, experiencia vital, imaginación sin límites y un dominio escritural expresado en cualquier lengua, es capaz de proveerle al genuino talento artístico la capacidad de profundizar de forma singular en los misterios de al menos algunos aspectos de la experiencia humana. Y no pocas veces el escritor termina descubriendo y aceptando que, paradójicamente, lo profano y lo sagrado se solapan más que contraponerse en los rituales de lo cotidiano.
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Asimismo, se le revela también la naturaleza proteica de todo lo que pasa o deja de ocurrir, así como el carácter a menudo híbrido de sus antecedentes y sus consecuencias. Y sobre estos descubrimientos más bien confusos no puede menos que escribir, ya que haciéndolo logra encarnar sus búsquedas y de paso expresa sus cuestionamientos, que no son más que maneras oblicuas de tratar de entenderse mejor a sí mismo y, de paso, a los demás. De tal forma que, en realidad, escribe sobre todo para negarse a la oscuridad, a la ignorancia, al vacío existencial que, en el fondo, le es consubstancial.
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Para lograrlo con cierto grado de interés y eficiencia, a menudo opta por la ficción –novela, cuento--, que no es más que una necesidad de contar historias y de colocar como protagonistas de éstas a sucedáneos de seres humanos iguales o parecidos a él (ella); es decir, mediante la creación de personajes. Seres que, como actores en escena, representan a otros seres, para lo cual buscan ser verosímiles alteregos semánticos, y por tanto literarios, de personas de carne y hueso y emociones y pensamientos a tal grado creíbles que el lector los acepte sin dudar como tales.
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Se escribe, pues, como una suerte de permanente indagación y vislumbre, independientemente del tema elegido, del argumento, de la trama inventada para darle a la historia una fiel semblanza de vida, de realidad creíble; como una forma de ir poniendo en evidencia los avatares de la existencia y de la psiquis, de la memoria y la cotidianidad que no se detiene, de la imaginación y la vivencia externa. Se escribe para demostrar que nada humano es plano ni esquemático, ni tampoco intrascendente aunque parezca serlo, que nada está del todo vacío de significado. Para afirmar la inconformidad, para poner de manifiesto la convivencia inaudita de lo frágil con lo sólido, de la cobardía más abyecta con el heroísmo, de la desesperanza con la fe. Para dar testimonio del amor y el odio, del egoísmo y la solidaridad, de la entrega y la renuncia, de los celos y la solidaridad.
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La literatura no da respuestas, las busca; no resuelve, cuestiona; no puede ser complaciente sino iconoclasta sin importar las consecuencias ni tampoco las inconsecuencias de su a menudo anárquico proceder. Así, escribir es desnudarse, incomodar; causar dolor mientras se da placer o viceversa.
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A un escritor auténtico inexorablemente lo habitan innumerables voces, que no obstante terminan siendo una sola: la suya. Y esto es así porque si bien existe gran cantidad de semejanzas y diferencias tanto en la identidad como en la idiosincrasia de los seres humanos, la voz de cada quien, su manera de ser, es singular y busca desesperadamente expresarse.
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Sin duda suele haber fragmentación en el ejercicio de la vida, y la literatura tiende a recogerla y a reproducirla como una manifestación ineludible de la soledad, del vacío, de la enajenación, de la incomunicación que siempre ha sido parte del ser humano; pero que hoy en día aflora más que nunca pese a las enormes ventajas de la tecnología, o tal vez precisamente a causa de ésta.
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Y acaso ocurra que cada día que pasa, cada día luminoso o adverso en que un escritor escribe con autenticidad, sin concesiones, con irrefrenable densidad, estemos más cerca de una inevitable fusión literaria de la más honda introspección –con sus implícitas manifestaciones no pocas veces esquizoides y condenadas a la alienación total— con los clásicos desplazamientos externos por los rincones del mundo en busca de mejores horizontes, a veces como una simple aventura, desafiando toda clase de adversidad en el camino.  Y que en esa lucha, en esa mancuerna de sincronías y disfunciones, se consagre de nueva cuenta, como en las más antiguas sagas, como en la Ilíada y en la Odisea, como en El Quijote, como en Cien años de soledad, la esencia más prístina del ser humano: su encarnizada lucha cotidiana por encontrarse, por no dejarse aplastar ni por el entorno ni por la fuerza ominosa de su propia tendencia a la autodestrucción.
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Por eso, entre otras razones, escribimos.
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* La pintura es de Wifredo Lam.......

martes, 14 de julio de 2015

¿Reedición o reimpresión?

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"Según las normas del ISBN, para que exista una reedición (y no una mera reimpresión) el libro tiene que tener modificaciones", nos recuerda Manuel Rodríguez Rivero en su "Sillón de orejas" de El País.
Las preguntas son: ¿cuántos editores tienen en cuenta esta norma? ¿hay realmente alguno que la tenga?
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sábado, 11 de julio de 2015

En la muerte del poeta Jesús Lizano

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MAMÍFEROS
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Yo veo mamíferos.
Mamíferos con nombres extrañísimos.
Han olvidado que son mamíferos
y se creen obispos, fontaneros,
lecheros, diputados. ¿Diputados?
Yo veo mamíferos.
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Policías, médicos, conserjes,
profesores, sastres, cantautores.
¿Cantautores?
Yo veo mamíferos…
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Alcaldes, camareros, oficinistas, aparejadores
¡Aparejadores!
¡Cómo puede creerse aparejador un mamífero!
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Miembros, sí, miembros, se creen miembros
del comité central, del colegio oficial de médicos…
académicos, reyes, coroneles.
Yo veo mamíferos.
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Actrices, putas, asistentas, secretarias,
directoras, lesbianas, puericultoras…
La verdad, yo veo mamíferos.
Nadie ve mamíferos,
nadie, al parecer, recuerda que es mamífero.
¿Seré yo el último mamífero?
Demócratas, comunistas, ajedrecistas,
periodistas, soldados, campesinos.
Yo veo mamíferos.
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Marqueses, ejecutivos, socios,
italianos, ingleses, catalanes.
¿Catalanes?
Yo veo mamíferos.
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Cristianos, musulmanes, coptos,
inspectores, técnicos, benedictinos,
empresarios, cajeros, cosmonautas…
Yo veo mamíferos.
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* El poeta y ensayista Jesús Lizano, nacido en Barcelona, ha muerto con 84 años. Su primer libro, Poemas de la tierra, data de 1955. Luego obtuvo el prestigioso premio Boscán, con Jardín botánico (1957). En los años 80 publicó varios libros a su costa y empezó a firmar como Colectivo Jesús Lizano, y más tarde como Lizano de Berceo o Lizanote de la Mancha. Frente a lo que he leído estos días, la Universidad sí se ocupó de su obra. Entre 1998 y el 2000 participó en los tres maratones de poesía que organizamos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Barcelona, en los que él fue siempre la estrella indiscutible, pues salmodiaba sus versos como nadie, fascinando a un auditorio siempre lleno. Ni en Cataluña, ni en el resto de España se le prestó apenas atención a este auténtico poeta ácrata. Sus últimos libros los publicó la editorial de la revista El Ciervo, pues Lorenzo Gomis fue uno de sus mayores valedores, y la Fundación Anselmo Lorenzo. Pero quizá la ed. más asequible sea la de Lumen, Lizania. Aventura poética 1945-2000
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jueves, 9 de julio de 2015

`Una conversación en la penumbra´, de Rafael Juárez

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Premonición
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Lo recuerdo sentado cerca de otra ventana
leyendo el ABC, hace cincuenta años,
como lo lee ahora mientras que la mañana
se nos va silenciosos, tan iguales y extraños.
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Mira de vez en cuando la iglesia clausurada
en la que entran y salen sus parientes difuntos,
con los que espera pronto hablar como si nada
fuese la muerte más que volver a estar juntos.
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Distraen su dolor, que ya no tendrá hechura,
el silencio diario, eco del infinito,
y el murmullo del coro cansado de esperar.
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Pronto serán leyenda su mansedumbre pura,
su tímida manera de ser el Señorito,
su paz ante el espejo, que no podré heredar.
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...........................................1 de marzo de 2012
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* Una conversación en la penumbra, de Rafael Juárez, acaba de aparecer publicado en la editorial Renacimiento de Sevilla, con prólogo de Pablo Jauralde Pou.
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martes, 7 de julio de 2015

Música en la televisión

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No es poco habitual que algunas cadenas de televisión alemanas le dediquen espacio a la música en las horas de mayor audiencia. Hace un par de semanas el canal 3sat ocupó toda la tarde del domingo con excelente música, pero me llamó especialmente la atención el concierto de la Filarmónica de Berlin, dirigida por Simon Rattle. Estuvo dedicado, en gran parte, a la música en el cine, con un homenaje a John Williams, autor nada menos que de la banda sonora de E.T., Indiana Jones o La guerra de las galaxias. El concierto fue una celebración llena de humor, pues si algunos músicos se pusieron el sombrero de Indi, o la careta de los malos de Stars War, Rattle tocó el xilófono..., pero lo mejor fue cuando el violinista murciano Joaquín Riquelme abandonó su asiento, se fue con los timbales e hizo los efectos especiales de Tom & Jerry, llegando incluso a ladrar...
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sábado, 4 de julio de 2015

De `Oscura lucidez´, de Mario Pérez Antolín, y 2

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El cantero podría haber descuidado la factura de los relieves y ornamentos más altos de la catedral, ya que prácticamente nadie, en su época, iba a contemplarlos de cerca; y sin embargo no lo hizo, porque su propósito era que fueran vistos, no desde la tierra, sino desde el cielo por el único Ojo que escruta todos los detalles.
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¿Qué somos? Unos pocos aconteceres que se dejan atrapar por la atención de unos pocos observadores. Tan solo eso, y quizá ni eso.
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En el infierno, siempre hay sitio para un nuevo desalmado. Incluso después de los juicios de Núremberg, cuando sus sucios pabellones estaban repletos, se admitían nuevos ingresos. Nunca tuvo que esperar un cruel por muy hacinadas que estuvieran las celdas. En el Averno no existen restricciones, cualquiera es bienvenido y las preferencias quedan completamente prohibidas. Nadie debe perderse la condena que con tanto merecimiento ganó. El que hizo el diseño del infierno quiso que, por si acaso, cupiéramos todos.
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Ella me dijo, durante mi hospitalización, que lo fundamental de su biografía estaba en las tres cicatrices de su cuerpo: la que no podía disimular su vello púbico le recordaba, a diario, aquel hijo deseado que terminó siendo este extraño de la foto; la de la mejilla derecha le impedía olvidar a un marido que, poco después de la boda, se convirtió en su peor enemigo, y la más reciente, aún con los puntos de sutura, era la de una biopsia que no presagiaba nada bueno, salvo que sería el último zurcido de su desdichada vida.
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Me hice amigo de un gladiador, que venía directo de mi imaginación, y lo traje a vivir conmigo. El vecindario protestaba porque los niños no iban al colegio y preferían jugar con él. Cuántos paseos tuvimos que interrumpir por el acoso de los paparazzi y la insistencia de los fans en busca de unos autógrafos. Los ruinosos circos romanos no le gustaban. Su lugar predilecto para los combates eran los estadios de fútbol llenos de hinchas poco antes de terminar el partido, con el consiguiente deterioro del orden público. En los estudios de cine, no encontró trabajo de especialista debido a que sus interpretaciones resultaban demasiado verídicas. Al final, las cosas se aclararon entre nosotros y, de mutuo acuerdo, viendo lo molesto de su comportamiento arcaico, decidimos que volviera al cuarto oscuro de mi fantasía, donde los anacronismos pasan desapercibidos.
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El problema de la muerte es que ni se presiente ni se adivina ni se barrunta y, aun así, termina llegando a deshora como un huésped inoportuno al que hay que acomodar, encima, en el mejor cuarto de nuestro piso. El problema de la muerte es que siempre nos coge desprevenidos y con los preparativos sin hacer, porque tiene la mala costumbre de presentarse sin haber recibido invitación. El problema de la muerte es que cuando se va, no se va sola.
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* La foto es de Chema Madoz.
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miércoles, 1 de julio de 2015

Angélica Liddell en Berlín

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Poco teatro español suele verse en Berlín, ni siquiera programan los grandes clásicos, Lope de Vega, Calderón, Valle-Inclán o Lorca, con alguna excepción. Sí se han visto obras recientes de Rodrigo García, o en el extremo opuesto, de Jordi Galcerán, como mero teatro comercial en el último caso. Por eso nos sorprende gratamente que en la Berliner Festspiele se programen nada menos que tres piezas distintas de Angélica Liddell, junto a una lectura y varias películas: You Are My Destiny (lo estupro di Lucrezia), con texto en italiano y unas pocas frases iniciales en español;  Primera carta de San Pablo a los Corintios...; Lesiones incompatibles con la vida; la lectura Via Lucis y una selección de cinco películas bajo el título común de El Universo de Angélica: Quiero ser la locura de Dios.  
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Ayer vi la primera, que se representó en la sala grande de la Haus der Berliner Festspile. La sala estaba llena, aunque pronto el público empezó a abandonarla y el goteo no paró hasta el final. El problema no era la lengua, porque había subtítulos en alemán e inglés, y en la pieza aparecen más gritos y llantos que palabras. La obra pone en escena una libérrima versión del mito de Lucrecia, la mujer romana que se suicidió tras ser violada por Tarquinio, con el fin de no deshonrar a su marido. Aquí la autora le da la vuelta a la historia para, trar anunciar al comienzo que un día aciago el amor de su vida la abandonó en Venecia, el dolor y traición que supuso ese abandono fue mayor en comparación que la violación sufrida por Lucrecia, en quien la dramaturga se desdobla para representar a un tiempo el sufrimiento de ambas mujeres. Así pues, tras todo ello parece estar la venganza que se cobra la autora con un caballero -es un decir- que la humilló y abandonó en Venecia.
No faltan momentos espléndidos, como los cantos del coro ucraniano, o la escena final, con todos los actores en escena, cuando suena la vieja canción de Paul Anka que da título a la obra, pero a ratos se hace tediosa y sobran gritos..., y sin embargo lo más insólito es que la autora y protagonista se quite y ponga las bragas varias veces en escena, la última tras acabarse la representación para saludar al público. ¡Esta es mi Angélica!      
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